"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"

A.Tocqueville, "La Democracia en América"

jueves, marzo 29, 2007

EL CUARTO

Habría que retroceder en el tiempo, hacía la época en la que se dieron los mitos fundantes de lo político en la concepción moderna, finales del XVIII. Quizá fuera Edmund Burke el primero en profetizar su importancia y pujanza, todavía era temprano, sólo era un atisbo y un alarde de perspicacia política, pero más o menos la cosa fue así:

En un discurso en la Cámara de los Comunes, Burke arremetía contra las viejas ideas conservadoras, en un determinado momento, señalando hacia la tribuna donde se solía colocar una prensa, todavía incipiente, dijo: “Ahí está el Cuarto Poder, y verán que sus miembros serán más importantes que ustedes, y se unirán en la cruzada por la libertad”. Como siempre, profético Burke, o casi.

Es un lugar común decir que un régimen de libertades es un régimen de opinión pública, un régimen que implica necesariamente la libertad de crítica al poder. Los medios de comunicación adquieren, por la misma dinámica de la situación, una función de control del poder y de sus abusos, proporcionando una información veraz e independiente, de manera que el ciudadano adquiera su propio juicio sobre la situación y obre en consecuencia. Información veraz e independiente y régimen de opinión pública, pero no régimen de opinión publicada. A nadie escapa la importancia que adquieren los medios de comunicación en las sociedades modernas, y mucho menos que a nadie al poder. Importancia como vehículos de transmisión de la información, pero sobre todo, como medios de generación de opinión. Las tensiones y relaciones, las más de las veces ilícitas, entre en poder y los medios de comunicación son tan antiguas como conocidas: intento del poder por controlar, amordazar o dirigir a los medios, pero también absorción de lo político dentro de estrategias mediáticas de control. La premonición de Burke se hizo realidad hace ya mucho, y los medios de comunicación han adquirido conciencia de su poder, un poder no constituido, pero sí detentado, a veces de forma implacable. Poder como generadores de opinión, como gestores de la realidad y como (in)formadores. Burke se equivocaba en su última afirmación, no siempre el Cuarto Poder se ha unido en la cruzada por la libertad.

Hace poco leía en un libro una encuesta realizada a periodistas de medios de comunicación norteamericanos. En ella, la mayoría de ellos, a parte de declararse políticamente como liberal (en inglés) -algo que en Europa es traducible como progresista-, declaraban que su función en la sociedad es fundamentalmente “crear un mundo mejor” y que la transmisión de la información es “secundaria o supeditada en todo caso a ese fin”. Tremendo, tiemblo al pensar en el resultado de la misma encuesta en España. Las consecuencias que se deducen de lo anterior, son como mínimo escalofriantes, porque bajo esa supeditación de lo real a lo político, o mejor, de lo real a lo ideológico, late el germen de la tiranía. Por otra parte, es cierto que la encuesta no revela nada nuevo, estamos cansados de ver cómo continuamente se generan noticias a partir de la materia prima de los hechos, cuyo cometido es reforzar determinadas concepciones de la realidad, que no pasan ser recreaciones míticas llenas de prejuicios, cómo el periodista se ve imbuido de una misión formativa –en la peor de sus acepciones- más que informativa y cómo la parcialidad y el sesgo se disfrazan de “compromiso informativo”. Tanto en Europa como en Estados Unidos, buena parte de los medios de comunicación se han erigido en portavoces y mantenedores de un ideario que, liberado ya de los corsés de una ideología finiquitada, se ha reconstituido bajo nuevas formas. Pierde el ciudadano, que está obligado a abrevar de unas fuentes que no se apartan un milímetro de la corrección política y de ese progresismo de nuevo cuño, ávido de paraísos oníricos que justifiquen prebendas y pretendidas autoridades morales. Gana ese nuevo (o viejo) periodista, que se presenta como nuevo tribuno mediático instalado en la mezquindad, la pereza y satisfacción económica. Pero sobre todo gana el nuevo empresario de medios de comunicación, que disfraza sus pingues beneficios con las nuevas ropas de diseño ideológico, fáciles de consumir, grandes ideales que obvian lo real y que constituyen un nuevo matrix bajo en calorías y rico en buenos sentimientos. Gana, porque el nuevo empresario ya no teme a las embestidas del poder, al contrario, es el poder político quien le teme y le necesita, de tal modo que acaba formando parte de la misma estructura empresarial, constituida, ahora ya sí, en verdadero poder político sin contramedidas.

Está en juego el monopolio de la opinión, las nuevas tecnologías, internet, está suponiendo una revolución. El medio de comunicación clásico está viendo cómo una parte de la población cada vez es más refractaria a sus propuestas, y que incluso no lo necesita. Peligro, suenan todas las alarmas. Ese segmento de la población ya no bebe ni vive en esa realidad tamizada y decorada por los gurús mediáticos, da la espalda a sus titulares editorializados, sus aquelarres televisivos y sus mítines radiofónicos. Son ciudadanos que están empezando a generar opinión por sí mismos, sin ayuda de nadie, y que incluso piensan sin temor a ser descalificados o demonizados por quienes profesan el credo progre de lo políticamente correcto. Es una guerra que acaba de comenzar, todavía es pronto para aventurar un resultado, y en mi opinión no habría que ser demasiado optimista. Pero el fenómeno es lo suficientemente importante como para que algún empresario intocable, pierda los papeles en una junta de accionistas ante el temor de no poder dejarlo todo “atado y bien atado”. El tiempo pasa, rápidamente.

domingo, marzo 25, 2007

LA SOLEDAD DE JUAN JACOBO

Muchas veces se intenta desprestigiar a la izquierda con el argumento de que su ideología nihilista no se puede reducir a una escala de valores; que utilizan éste o aquel argumento según les convenga para alcanzar el poder, que es lo que realmente les interesa, y por lo tanto todos sus argumentos son esencialmente mentira. No hay que atender a ellos.
Realmente es así. Sin embargo, no por ello hay que descuidar la posibilidad de rebatir esos argumentos, o de llegar a las raíces profundas de una forma de pensar - aunque quizá sería más adecuado calificarla de manía- que aqueja a gran parte de la población occidental. Eso es lo que yo pretendo ahora.
Uno de los argumentos recurrentes de los fachirrojos, que muchas veces elevan a la categoría de origen de su cosmogonía, de punto de partida de su visión del mundo, es la consideración del hombre como bueno por naturaleza, frente a la derecha, que según ellos, ve en el hombre un lobo para el hombre. Es decir, que la izquierda es de Juan Jacobo y la derecha, Hobbesiana.
No por repetido deja de ser este mito el más falso y fácil de rebatir de toda la mentirología izquierdosa: pero vamos a ver, buen hombre pijiprogre, si tanto confía usted en la bondad del hombre, ¿a qué defender la intervención constante del Estado?
Es precisamente al revés. La izquierda desconfía del individuo, al que en el fondo considera codicioso, egoísta, agresivo, insolidario, inculto y en fin, equivocado en todas sus decisiones individuales, que contra toda lógica, vendrían perjudicar al bien común, concepto éste que sólo la izquierda conoce, pues le fue rebelado, como es bien sabido, en el camino de Damasco.
El por qué la izquierda tiene esa concepción del ser humano sería otro tema -quizá porque cree el ladrón que todos son de su condición-, pero es indudable desconfía de las personas, del individuo. No otro sentido tiene su incesante, agobiante y ofensiva pulsión por la intervención del Estado en todos los órdenes de nuestras vidas. Por eso hay que machacar a los fachirrojos cada vez que el argumento se ponga a huevo: ellos consideran al hombre malo, mientras nosotros lo consideramos libre - y capaz de optar en cada caso por el bien o por el mal, con independencia de las circunstancias, lo que demuestra bastante más respeto por el Hombre- y nadie cree (ni nosotros ni ellos) que sea bueno per se. Así pues, Rousseau está absolutamente sólo.
Lo que es paradójico es que teniendo al hombre por alimaña perniciosa se fíen del Estado para reprimir sus perjudiciales decisiones. El hombre es impuro pero el estado es inmaculado. Eso no sólo demuestra un desconocimiento cómico de la Historia -que si algo demuestra es que quién es digno de la mayor de las desconfianzas es el Estado- sino falta de lógica y en el fondo, la arrogancia de la inmadurez: falta de lógica, porque el estado no son más que otros hombres, de los que esta vez sí, el fachirrojo se fía; y arrogancia, porque en el fondo el naziprogre se fía del Estado porque lo identifica consigo mismo: todo niño mimado se cree mejor que el resto, y arrastra rencor hacia los demás -que no se sabe cómo demuestran ser iguales o mejores que Él-, y miedo a competir, precisamente por lo mismo. El estado es el instrumento para someter a los demás a sus caprichos.
Es decir, igual que en América se dice que no tienen buena prensa los impuestos que gravan las rentas altas porque todos aspiran alguna vez a ser ricos, la izquierda europea no teme a Estado porque toda ella aspira alguna vez a dominarlo, y entonces no quiere frenos: tienen un alma totalitaria que les delata. Por eso su odio a Montesquieu y a cualquier atisbo de separación de poderes. Su odio, en definitiva, a la libertad de los otros, ofensa al Stalin que esconden tras la gabardina.
Además, el mito de Juan Jacobo tropieza con el segundo mito por antonomasia de la izquierda: los actos humanos no son libres, sino que están condicionados por el entorno, por la superestructura económica: es decir, el hombre sería bueno por naturaleza, pero no tanto como para no corromperse por el mercado y el capitalismo, que lo convierten en malo. Endeble naturaleza y mentira supina, pues si algo está claro es que en general los terroristas -desde Ben Laden hasta los etarras- no lo son por circunstancias económicas precisamente, además de ser un insulto a los pobres que revela su enorme egolatría. Pobres sí, pero asesinos no. Esta egolatría alcanza su cenit en la visión multiculturalista y autoflagelante del mundo y la política internacional, que considera todo el mal como culpa de occidente. Fachirrojos, que no tenéis tanta influencia, hombre. Racistas, eso es lo que sois. No todo depende de los blancos. Los negros y amarillos piensan y toman sus decisiones igual que ustedes.
Yo creo que toda la mentirología izquierdosa es realmente un intento de volver al antiguo régimen, al de antes de 1776, pero sobre el odio. Odio y rencor que el MAL ha escondido tras apariencia de bondad: se puede odiar al capital porque los pobres sufrimos tanto...Se puede odiar a occidente, porque el Sur sufre tanto...en definitiva, PERMISO PARA ODIAR Y SEGUIR PARECIENDO BUENOS, es el ángel caído que intenta convencernos de que los caídos son los de arriba. Y la prueba de que el odio y el rencor es la esencia de su pensamiento, y lo demás meras caretas, está en que los más pijiprogres son de familia bien, que ni han sufrido las miserias del mercado ni saben de la miseria más que por lo que intuyen en las películas -malas- de los Bardem. Son pijos que intentan hacerse perdonar haciendo como que tienen mala conciencia.
Rencor con cara de ángel, esa es la fuerza, pero también la debilidad, de los fachirrojos, porque ya nos hemos dado cuenta de sus mentiras, y sin careta su rostro es insoportable para el humano corriente.
De ahí el histerismo de Polanco, la tristeza de Rubalcaba, las salidas de tono de ZP: saben que han perdido, que no sólo ya no son los buenos, sino que su odio ya ha trascendido. Se hunden.

jueves, marzo 22, 2007

PREGUNTAS

Entender que la situación política en España es un síntoma de algo más profundo no deja de ser, por más que aclare las cosas, menos desazonador. Tampoco lo es el hecho de que sea una variante de aspectos mas generales que afectan a las sociedades occidentales desde hace tiempo -¿desde cuándo?-. Aun dándome cuenta de ello, me asaltan más preguntas que respuestas, preguntas que intento responder, si no para poner remedio a una situación que lleva su propia inercia, sí al menos para depurar responsabilidades en tribunales más o menos privados.

Porque entender el cómo no implica entender el por qué.

Cómo y mediante qué caminos una sociedad se autoaniquila, no parece una pregunta difícil de responder a poco que uno observe las actitudes y posiciones de una buena parte de nuestra sociedad. Actitudes que difícilmente se pueden revestir de ideología tras la caída del muro y el derrumbe del socialismo real, porque en mi opinión, esta enfermedad degenerativa hunde sus raíces en el tiempo, en un siglo veinte desquiciado cuya brevedad sólo es comparable a la magnitud de los cambios. Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que una ideología dio cobertura a un sentimiento de destrucción que, de forma más o menos declarada, latía bajo ella. Era fácil, bastaba con aprender determinados códigos lingüísticos, creer en paraísos oníricos y, merced a ellos, optar por hacer tabula rasa, apartar todo aquello que impidiera su consecución. Acabar con todo lo viejo –por viejo- y adoptar valores nuevos. Si uno se envolvía en esa cobertura ideológica podía quedar a salvo de la crítica y auparse en pedestales de pretendida autoridad moral, bastaba para ello la retórica, y tener estómago, claro. Reflexionando sobre aquello, he llegado a la conclusión de que el derrumbe del socialismo real fue una tragedia sobre todo para la llamada izquierda moderada, aquella que gravitaba, “compungida por las injusticias”, en torno a los paraísos oníricos, sin mancharse las manos pero justificándolo todo porque siempre encontraba las causas.

Pero ya todo aquello acabó, y ya no queda nada. El rey está desnudo y ya no queda nada con que cubrirse, los harapos intelectuales con los que se cubre ahora la izquierda a penas tapan nada, queda lo que en todo momento estuvo debajo: el odio. O el autoodio, si se me permite la expresión, porque de eso se trata, del odio a uno mismo, a valores que creíamos irrenunciables, odio a la propia identidad, odio a la libertad… De manera que entendemos el cómo: entendemos cómo parte de la sociedad, española y occidental, no sólo renuncia a defender, si no que incluso ataca de manera deliberada aquello que nos define como tales: como españoles, como occidentales. Y no sólo eso, uno puede sentir incluso el odio que rezuman tales actitudes, la autentica saña con la que se atacan y persiguen, cada vez de forma más explícita, esos principios. De hecho, ya no existen paraísos a los que acudir, alternativas que ofrecer por absurdas que resulten, ya no queda nada, a parte de una pulsión autodestructora.

Tras un multiculturalismo estúpido, que iguala todas las culturas excepto aquella que lo hace posible; un antiamericanismo paranoico, trasunto de un antisemitismo que se disfraza utilizando fórmulas retóricas; tras la sustitución de lo racional por lo emocional, que ensalza como valores el miedo y la derrota; tras el pisoteo de la verdad objetiva y la realidad como objeto de conocimiento, y su sustitución por un relativismo conceptual o deconstrucción postmoderna; tras la fobia a hablar y defender conceptos o ideas que preceden –y sostienen- cualquier ordenamiento jurídico digno de ser apoyado… tras todo eso, existe una pulsión autodestructiva, una dinámica del autodesprecio que amenaza con extenderse, y que a falta de ideología, se revestirá con los oropeles de la modernidad (o postmodernidad) y la vanguardia, con el encanto del progreso social y la exquisitez de la corrección política.

Entendemos pues el cómo. Pero resulta difícil responder al por qué. Me acusan, y con razón, de hacer preguntas que quizá no tengan sentido, de dar demasiadas vueltas a las cosas. Pero aunque sólo sea por curiosidad, me gustaría entender por qué ha sucedido esto, qué causas han hecho posible este autoodio, cada vez menos disimulado, cada vez más evidente. Dónde tuvo el origen, qué acontecimientos lo desencadenaron y por qué persiste y se enseñorea.

Entre 1914 y 1945 algo se rompió, algo que quizá sea imposible de reconstruir, algo que terminó con Europa y que amenaza con corroer a la única parte del mudo libre que todavía tiene capacidad de reacción, algo a lo que quizá no se le dio demasiada importancia en su momento y que ha ido extendiéndose como un cáncer a lo largo del pasado siglo XX. Algo que se diagnosticó en estado de metástasis una mañana, de golpe, un once de Septiembre de 2001.

Demasiadas preguntas. Y pocas respuestas. Como siempre.

domingo, marzo 18, 2007

LA LIBERTAD O LA VIDA

Me parece paradójica y muy reveladora a defensa interesada de la vida que ha hecho la izquierda con el asunto del Etarra Flaco. Y no es la única vez; el "No a la guerra" se basaba también en un punto de vista buenista y autocomplaciente de sacralizar la vida por encima de todo. Como si de un grupo antiabortista se tratara, quien lo iba a decir, ahora los fachirrojos defienden la vida incluso por encima de la voluntad del interfecto.
Prescindiendo del carácter interesado de esta postura que está clarísimo por su relación con el proceso de rendición y alianza con la ETA, y de su hipocresía por no coincidir con casos anteriores, como el del tetrapléjico Sampedro de "Mar Adentro", creo que responde a una visión mas profunda y sintomática de la crisis enorme que padece el espíritu europeo.
Lo que late en el fondo de la aversión a la guerra, de la prevalencia de la vida sobre la libertad que defienden desde la Iglesia hasta los fachirrojos -cuando les conviene- no es otra cosa que la rendición ante el totalitarismo salvando falsamente los problemas de conciencia: consiste en reivindicar la cobardía como algo bueno, moralmente superior, y así, poder ser cobarde sin remordimientos.
Si la vida vale más que la libertad, ¿para que resistir y pelear ante la ETA, ante los islamonazis, ante cualquier amenaza? Mejor rendirse. No hay que arriesgar la vida propia ni amenazar la ajena con una defensa oportuna y contundente. Mejor dejarse sodomizar, robar, someter y en fin, tiranizar, que es de lo que se trata. Es como si nos dijese el Gran Hermano: "Someteos de buen grado, que resistirse al tirano es pecado".
"Hay que reivindicar la cobardía" se ha llegado a decir por un contertulio de la SER. En eso consiste. Es la mayor victoria del totalitarismo a través de la guerra psicológica. Vietnam les enseño sobremanera. Ya saben que la moral combativa de la retaguardia vale más que los cañones.
Pues no: desde aquí afirmo que la vida humana es sagrada por ser soporte de la libertad, que es la que es sagrada en sí misma. Que lo que hace al ser humano el ser más digno de la creación no es su fisiología, sino su potencialidad moral: el ser sujeto de conciencia y por lo tanto de libre albedrío.
La vida me la podréis quitar; la libertad, jamás.

miércoles, marzo 14, 2007

HABITACION 101

La reacción no puede hacerse esperar, y hora es ya de que desde las ejecutivas y conciliábulos político-mediáticos del PRISOE se diseñe la estrategia a seguir tras la manifestación de Madrid. A dos meses de unas elecciones municipales y con una banda terrorista que exige el pago de la segunda letra –legalización de HB-, se hace necesario elaborar un plan de ataque. Por otra parte, éste no puede ser más obvio: movilizar, movilizar, movilizar. Tal y como están las cosas es imposible atemperar ánimos o enfriar la situación, tampoco la tergiversación –tan burda como risible- parece arreglar las cosas, así que, con las alarmas sonando, es hora del agitprop.


Es interesante analizar las motivaciones de un apreciable sector de la población que acoge con mayor o menor entusiasmo las directrices de la ortodoxia progre, que seguirá votando al PSOE o aledaños porque es “lo que hay que hacer”, independientemente de que la realidad sea un plato de mal gusto, y que como mucho, en un ataque de preterida dignidad, se quedará en casa sin votar. Movilizar a ese sector de la población es el objetivo del Partido Socialista de cara a los próximos meses. La estrategia funcionó en las pasadas elecciones generales, es difícil hacer pronósticos y asegurar si volverá a funcionar, pero es la opción que le queda al Gobierno, y apostará por ella con toda la parafernalia mediática a su disposición, que es mucha.


En la novela 1984 de George Orwell, se describe la lógica del poder totalitario. El poder busca adhesión incondicional a la ortodoxia. Una adhesión totalmente emocional, alejada de cualquier consideración racional, rompiendo para ello cualquier puente que ligue al individuo con la realidad. A parte de la propaganda, la mentira y el monopolio absoluto de los medios de comunicación, se cuenta con la coacción y con el miedo. Se consigue que la persona, aterrada, paralizada por el miedo, sea capaz de negar la realidad, traicionar aquello en lo que cree, traicionarse a si mismo, incluso. No le queda entonces otro recurso que aceptar si reservas la ortodoxia, de otra forma tendría que afrontar su propia culpabilidad y su propia traición. En los sótanos del Ministerio del Amor, existe una habitación, la habitación 101, donde reside aquello capaz de doblegar la voluntad y la conciencia de cualquier individuo. Lo que allí se encuentra varia en cada caso, es la fobia particular de cada uno, el infierno que todo el mundo posee: “Me preguntaste una vez que había en la habitación 101. Te dije que ya lo sabías. Todos lo saben. Lo que hay en la habitación 101 es lo peor del mundo.”


El progre en España pertenece a un espectro amplio, hay una gran variedad de biotipos: jóvenes antisistema y jóvenes sistematizados; conversos con oscuros pasados que limpiar; adictos al buenrollismo necio; pequeñoburgueses de conciencia cool; ecologistas de fin de semana; antiglobalizadores globalizados; figuras y figurantes de la cultura subvencionada; etc. Es una especie polimorfa, como el virus de la gripe, aunque hay unos rasgos diferenciadores: relación meramente emocional con la realidad, una bien instalada red de prejuicios a los que llaman convicciones, y un horror fóbico a quedar aislados del grupo y expresar opiniones divergentes: adolescencia intelectual en definitiva.


Si no quiere verse apartado del poder, el PRISOE debe recurrir a sus bases, a ese caladero de votos dispuesto a seguir apoyándoles pese a todo. Puede que los argumentos y espantajos que agitan el Gobierno y sus voceros resulten estúpidos –de hecho no son más que eso, espantajos- pero resultan eficaces en un buen pedazo de la España progre, no por su contenido, si no porque remiten a aquellos aspectos emocionales con los que el progre construye la realidad. El PP, y su hipotética vuelta al poder, es la habitación 101 del ideario progre, aquello que todos temen porque señala a sus más íntimos complejos y frustraciones, aquello cuya demonización les salva de verse frente a sus miserias, sus renuncias y culpabilidades tácitas, es lo peor porque es lo que más temen. Por eso funcionan pese a su endeblez intelectual y aunque no son más que retórica, tienen la virtud de reactivar el miedo: el miedo a que su realidad imaginaria se rompa en pedazos. El progre ve al PP como una amenaza, no una amenaza objetiva, si no íntima, personal, y por ello acuciante. Y no es que el PP sea un dechado de virtudes ciudadanas, antes al contrario, como todo partido político, se convierte en una estructura de poder cerrada y voraz, refractaria a la crítica y la regeneración, pero adopta, para el que se autodefine “de izquierdas”, connotaciones terribles, proyecciones de sus miedos.


Toda esa basura argumental de la izquierda frente al PP, no pretende convencer ni persuadir, y tampoco va dirigida a quien está excluido de la tribu: es puro consumo interno y procura reactivar las fobias y temores que definen la militancia en la izquierda. Que funcione tan bien como lo hizo el 14-M, lo veremos a corto plazo. Las sociedades son entes complejos y cambiantes, al menos así suele ser.

domingo, marzo 11, 2007

NUEVA MAYORIA

Enredarse en una guerra de cifras resulta ocioso. Ocioso y estéril cuando lo ocurrido ayer en Madrid fue la manifestación más multitudinaria de la reciente historia de España. Ocioso es también decir que lo ocurrido marca un antes y un después cuando a nadie –los que no ven no verán jamás-, se le escapa que la multitud que se manifestó es la viva expresión de algo que, no por previsible, resulta de menor magnitud: la reacción, indignada, de una Nación que ha sido atacada y que no se resigna a desaparecer.

Intentemos dejar de lado la emoción, lógica, que nos pueda causar lo sucedido ayer sábado. Dejemos también de lado las tímidas, y no menos miserables reacciones y declaraciones de los miembros del Gobierno, el partido que les apoya y sus voceros, declaraciones que no merecen más que el silencio incluso de alguien, que como yo, escribe tras un seudónimo, y cuya opinión a penas tiene impacto. Dejemos de lado todo ello e intentemos comprender el significado y alcance de lo ocurrido ayer tarde.

Quizá para algunos, el aluvión de personas que recorrió las calles de Madrid, resultó una sorpresa agradable, o incluso difícil de asumir. Otros pensamos que no podía pasar otra cosa, que aquello que vivimos, presenciamos o tuvimos noticia, lleva el signo de lo irrevocable, está marcado por una inevitabilidad lógica imposible de negar. ¿Qué otra cosa podía suceder cuando todavía existe una Nación que toma conciencia de si misma, y que sabe no puede vivir de rodillas sin desaparecer? Puede que sea esta lógica ineludible lo que me lleva a albergar alguna esperanza, precisamente a mí, que intento justificar mi pesimismo mediante pretendida lucidez.

No es lugar una manifestación para análisis sosegados, ni para reflexiones de gran alcance, pero me gustaría destacar un par de cosas del discurso pronunciado por Rajoy, que me servirán para exponer mi opinión. Cito:

“[…] Porque no estamos hablando solamente de terrorismo. Ni si quiera principalmente. Estamos hablando de España, que es lo que nos ocultan detrás de eso que llaman negociaciones. […]”

Efectivamente, hablamos de España, hablamos de la Nación. Hablamos de aquello que está en cuestión en una proscrita, y manchada, mesa de negociaciones. Hablamos de las libertades que su existencia consagra, de aquello que las hace posible. Aquellos que no quieren ver, aquellos que ven y mienten, seguirán tratando de limitar la protesta de ayer a desavenencias partidistas en lo que a política antiterrorista se refiere, seguirán hablando de paz y de los sacrificios que su consecución puede llevar, seguirán hablando de intransigencia, de falta de generosidad…de todas esas cosas que a penas logran cubrir la culpabilidad. Porque tras las decisiones en materia antiterrorista del Gobierno de Rodríguez Zapatero hay más, mucho más, que estupidez irresponsable, más que la arrogancia del mediocre, que la soberbia del que se envuelve con una moral que no posee. No estamos ante un gobierno acorralado, incapaz de salir de una situación que el mismo ha creado, preso de su propia estrategia. Estamos ante la usurpación de atribuciones que únicamente a la Nación competen, ante el decidido y consciente intento de disolver –acaso para satisfacer vanas megalomanías- aquello que ningún Gobierno está autorizado a hacer, cambiando ciudadanos libres y orgullosos de serlo por siervos autosatisfechos. De la peor manera posible, aliándose con los enemigos de la Nación. Hablamos de la Nación por tanto, de la Nación constituida, y quizá también –no tengamos miedo en decirlo- de la Nación constituyente.

Dice Rajoy en otro momento de su discurso:

“[…] Necesitamos recuperar el consenso. Si no es posible alcanzarlo con el Gobierno, yo quiero establecerlo con la gente, con los españoles. En ese espíritu convoco solemnemente a todos los españoles, a los que les importe España, a poner fin a esta situación […]”

Jamás será posible el consenso con este Gobierno, no lo fue nunca. Se hace necesario aglutinar una nueva mayoría, reconstruir a la Nación a partir de ese núcleo que no se resigna a desaparecer, de espaldas al Gobierno, al margen de actitudes partidistas, de posicionamientos ideológicos, y será con el PP, al margen del PP o a pesar del PP. Con aquellos que la combaten, con aquellos que la niegan, con los que la abandonan a su suerte, no se puede contar: es inútil – e inmoral- cualquier tipo de componenda, dejémosles atrás, combatámosles con la ley, con la palabra, y sobre todo con la determinación irrenunciable de defender nuestra condición de ciudadanos, y por tanto la Nación. Y probablemente haya que cambiar muchas cosas: sistemas caducos que reducen la ciudadanía a meros automatismos electorales, partitocracias que terminan ahogando la participación… quizá, no me asusta, tampoco me ata la corrección política. Sólo me preocupa que no se quiebre la fibra moral que llevó a millones de españoles a manifestarse o compartir las inquietudes de aquellos que ayer se encontraban en Madrid: el orgullo de pertenecer a una Nación que prefiere combatir a desaparecer.

Somos ciudadanos libres e iguales, y eso implica responsabilidades. Pongámonos en marcha.

domingo, marzo 04, 2007

LO QUE QUEDA

A las víctimas sólo nos queda Dios”

Pilar Ruiz, madre de Joseba Pagazaurtundua. Marzo 2007.

Así, de esta forma descarnada y amarga define Pilar Ruiz el estado de abandono y desconsuelo al que se ven abocadas las víctimas. La excarcelación de De Juana, ha sido la última de una serie de ignominias, que no por esperada resulta menos miserable, perpetrada por un gobierno genuflexo y traidor -no caben otros calificativos-, que a pesar de todo se ufana de serlo, que sirve su podredumbre en bandeja sazonada por una moralidad prostituida, que presenta como exquisito plato de humanitarismo y piedad lo que no es si no claudicación e infamia; un gobierno que ha despreciado y humillado a la víctimas, y que ha desdeñado su dolor. A Pilar Ruiz probablemente sólo le quede el consuelo de Dios, el imborrable y doloroso recuerdo de un hijo muerto, asesinado, y el lacerante sentimiento de una justicia mutilada y violada. Quizá ya sólo le quede eso.

¿Qué queda pues? ¿Qué nos queda? Sobre todo si uno no es creyente y prefiere cifrar sus ansias de justicia en este mundo. ¿Qué queda cuando un gobierno se rinde, cuando se presta –gustoso- al chantaje de aquellos que no merecen otra cosa si no su expulsión de la comunidad de personas, cuando negocia políticamente –qué otro tipo de negociación cabe- con terroristas, validando de esta forma la sangre derramada? ¿Qué queda cuando se pisotean el Estado de Derecho, la legalidad y la justicia; cuando se pretende erigir una paz humillante y degradante en altar supremo en el cual sacrificar la dignidad y la libertad? ¿Qué queda cuando un gobierno se coloca fuera de la ley? ¿Qué queda cuando pretende liquidar a la Nación?

Queda la rabia. Queda el orgullo herido.

Y queda la rebelión.

La rebelión de aquellos que todavía se sienten ciudadanos, de aquellos que aún no se resignan a ver una Nación, garante de sus libertades, desaparecer de la manera más indigna. Y digámoslo sin miedo, sin tapujos, con la conciencia de que lo que sucedió el pasado jueves, fue un ataque directo a nuestra condición de ciudadanos, de personas libres. Digámoslo sin miedo, nos queda la rebelión.

No por previsible, la excarcelación de De Juana fue menos grave, y no importa que la condena del asesino fueran tres o doce años: un gobierno cedió al chantaje de un grupo terrorista, de forma explícita, sin tapujos, con plena conciencia de lo que estaba haciendo. Y no ha sido el punto culminante de una larga serie de claudicaciones: ha sido el principio de lo que queda por venir, la primera etapa de una “hoja de ruta” que han trazado ETA y el gobierno, los asesinos y los traidores. Conviene saberlo, lo peor comienza ahora, ya no hay líneas de repliegue.

Y nos acusarán de todo. Aquellos que gritan, escriben o pontifican nos calificarán con los peores insultos, agitarán contra nosotros espantajos que tranquilizarán sus magras conciencias, huecas palabras con las que taparán su podredumbre. En el fondo nos tienen miedo, por eso creen de forma histérica en sus sucios argumentos, llenos de falsa moral, de culpabilidad a penas disimulada. Tienen miedo a la libertad. Pero sobre todo tienen miedo a poder ver su propio retrato –como Dorian-, preñado de abyección y miseria.

Queda la rebelión. Rebelión ciudadana, consciente, tenaz. En la calle, en los medios.

Hagámonos intratables.

sábado, marzo 03, 2007

¡HELP!

Ya nadie sabe a quien recurrir, de tan mal acostumbrados que nos tiene papá-estado a velar por nosotros. Pero, ¿´Qué ocurre cuando el estado es el enemigo? España tiene el síndrome de niño violado por quien le debería proteger. Por ejemplo, por su padre. Mal España por estar débil e infantilizada, y mal la élite arrogante y vanidosa, que creyéndose mejor que los demás lleva treinta años impidiendo que los españoles se gobiernen.
Quizá aún podemos recurrir a los americanos, a ver si el título de la entrada atrae a alguno. Sálvennos, yankees, de nosotros mismos. Claro que antes hay que explicarle como es posible que un asesino de tamaña catadura, salga de la cárcel. Quizá, empezando por aquí, consigamos que entiendan lo terrible de nuestra situación.

Pd.- Se que no siempre es fiable, pero el artículo es muy bueno. Estoy deseando que pase el tiempo necesario para que buscando "ZP" en estas fuentes, salga como resultado "demagogo traidor, criminal totalitario. Necio."