"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"

A.Tocqueville, "La Democracia en América"

domingo, julio 15, 2007

YO, EL PUEBLO

Historia de una mutación.

Generalmente sucede en domingo. Suelen ser días tranquilos, tras todo ese fárrago de las semanas previas, toda esa cacofonía que parece quedar muy lejos, casi olvidada: mítines a los que acuden los mismos; conexiones en directo oportunamente estudiadas para que se diga la frase, la idea, se oiga el aplauso entusiasta, se agiten las banderas de forma coreográfica…; noticias al respecto en la radio, la televisión, la prensa; espacios gratuitos en los medios que nadie ve, ni oye, y que todos pagan; quizá alguna vez, y tras arduas negociaciones, se pueda ver –con más morbo que interés- el ansiado combate, dicen que dialéctico, entre los dos grandes candidatos; en fin, la ceremonia mediática de siempre.

Ese domingo, quizá, uno se levante, y a pesar de todo ello, se decida por ir. Lo cierto es que a juzgar por las estadísticas no resulta un bicho raro, al contrario, de manera inexplicable acaban siendo mayoría los que acuden, a lo sumo, con suerte, cruce con algún otro despistado una mirada de asombro y ¿resignación? No quizá solo sea… cansancio. Uno se encuentra dentro, la gente anda de aquí para allá con unos sobres en la mano, e intenta convencerse de que lo hace por otros motivos, de que en nada influye en su decisión todo eso que gritan y proclaman autosatisfechos ellos, de que jamás ha entendido (o sí lo entiende, y por eso le rechina) qué es todo eso del “deber ciudadano en un día como hoy”, de que lo hace por una cuestión de ¿emergencia? Sí, eso debe ser, porque de otra forma, si todo fuera anodinamente normal, bien a gusto se hubiera quedado en casa, a demás un domingo, leyendo algo, o siguiendo acostado plácidamente con la parienta (o el pariente, o sólo), o preparándose con todo el tiempo del mundo un almuerzo pantagruélico, o yendo a la playa, o… tantas cosas. Pero una vez dentro es como si hubiera caído de nuevo en una trampa, la misma trampa de siempre, y parece como si no hubiera ya vuelta a atrás.

Lo cierto es que todo invita a la desconfianza. Uno tiene que elegir entre un montón de papeletas repletas de nombres que a penas conoce, a lo sumo cinco o seis entre centenares. Escoge una, no por le guste, o porque se sienta… cómo se dice… ¿representado?, por los candidatos, si no porque siente que todo va fatal, que algo habrá que hacer, y que su decisión casi es como un acto de autodefensa, al menos así piensa cuando coge la papeleta y decide por última vez si no será mejor irse a casa.

Quiénes son, conoce al primero de la lista, a lo sumo al segundo y poco más. Los demás, ¿qué hacen? ¿Quién les ha puesto en la lista? ¿A qué se dedican? Pero no puede hacer nada, no puede tachar algún nombre, ni romperla por la mitad (¿para qué tantos?), ni añadir alguno de otra lista, tan solo le queda doblarla y meterla en el sobre, sacar el DNI y guardar pacientemente turno.

Quizá durante esos breves minutos le asalten nuevamente las dudas, y se pregunte cosas, las esperas en las colas suelen ser terribles. "¿Creerán estos cuyo nombre aparece en la lista que les voto a ellos?" "¿Dirán si son elegidos que he depositado mi confianza en ellos? Cómo si la confianza se pudiera “depositar”, como si se pudiese confiar en alguien en quien no conoces, ni sabes qué hace". "¿Proclamarán que son mis representantes? ¿Ante quién? ¿Mediante qué contrato?" Pero no hay tiempo para más, la cola avanza y llega su turno. Alguien le pide el DNI, coge su sobre ("¿ni si quiera puedo meterlo yo?"), y tras comprobar que existe y es real, introduce el sobre en una urna y dice: “Fulanito de Tal, vota”. Y ya está.

Ya está sí, no te das cuenta, pero de manera imperceptible, casi a traición, se ha producido en ti una mutación. Fulanito (o Fulanita) de Tal ha dejado de ser quién era, y en ese preciso momento forma parte ya, perdida toda la individualidad que hasta hace unos minutos le caracterizaba, de un magma misterioso, al que todos adoran, en especial aquellos cuyo nombre aparecía en las papeletas, un magma semidivino (o divino), formas parte de EL PUEBLO, algunos algo cursis y afectados también lo llaman LA CIUDADANIA (así en femenino, quizá por aquello de la cuota). Te dices que no, que nada ha podido cambiar, que sigues siendo quien eras, alguien autónomo, con opiniones propias, más o menos equivocadas pero tuyas, con una vida privada que es lo que más valoras, alguien que piensa que lo público cuanto más pequeño, mejor (y nunca es demasiado pequeño), con una libertad individual que opinas que nadie, ningún estado, ningún gobierno te la puede tocar mientras respetes la ajena. Pero no, resulta que no es así, de forma misteriosa te das cuenta, mientras regresas a tu casa, que algo ha cambiado, para mal. Como si fuera una náusea, te das cuenta de que ya no eres como antes, o peor, de que para algunos, para aquellos que hasta hace unos días gritaban estupideces tras un atril, has dejado de ser quien eras, y ahora sólo eres un átomo indistinguible de eso que llaman EL PUEBLO.

¡Ah EL PUEBLO! Es un ser indestructible, decide, ordena, concluye, sanciona, condena, otorga preces y patentes de corso, y sobre todo (y eso se encargan de dejarlo claro aquellos que más lo adoran): jamás se equivoca. Sus decisiones (decisiones de quién, “DEL PUEBLO, por su puesto”) son inviolables, legítimas, justas, limpias, una vez que EL PUEBLO habla (¿hablar? ¿Puede opinar y hablar como una persona?), su decisión es sagrada y nada más se puede decir.

Afortunadamente la mutación dura poco tiempo, el suficiente para decirte que no lo volverás a hacer, sólo hay que tener un poco de fuerza de voluntad y no dejarse llevar por la corriente, que casi siempre suele convertirse en aquelarre, o en bacanal de “legitimidad”. Aunque a veces es difícil, sobre todo cuando algunos deciden que son EL PUEBLO, y habla cuando le da la gana, a golpe de SMS’s y expulsando a la mitad de aquellos que también pagan impuestos, un sábado por la tarde.


Cuánto daño ha hecho ese imbécil ginebrino de Rousseau.


Publica, Pirx (Also Knows As fermat)