"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"

A.Tocqueville, "La Democracia en América"

sábado, diciembre 26, 2009

MANOS INVISIBLES

No voy a hablar de la mano invisible del mercado, mecanismo beneficioso que alude a las enormes sinergias provechosas que genera el mercado libre, bautizado así por Adam Smith y que sólo los muy necios niegan. Voy a hablar de otra mano invisible, que parece jugar incluso con más ventaja que la anterior, y que a mí me parece igualmente evidente hasta el punto de hacer una necedad el negarla.

De un tiempo a esta parte, sobre todo desde el 11-M aunque preexiste a éste, se advierte una común conciencia que ha sustituido a la religión como liturgia y creencia compartida. Esta religión tiene como único mandamiento el miedo y como iglesia oficial precisamente al Estamento Oficial. El sector de los privilegiados en esta nueva sociedad feudal es la inquisición de esta nueva religión. Sector privilegiado que necesariamente ha de coincidir con el estamento progresista, dado que es ese difuso bien común, que como concepto monopoliza el progresismo, el que justifica una serie de privilegios en favor de unos -ellos- y en contra de la libertad de todos. El ultraprivilegio laboral de los funcionarios y sindicalistas es uno claro, pero ni el único ni el más importante. Es ese mismo bien común el que sirve de fundamento al terrorismo progresista, pues genera un atroz miedo, por otra parte basado en amenazas o falsas o exageradísimas, a una serie de catástrofes apocalípticas de las que sólo podemos librarnos cediendo, dicen estos apóstoles satánicos, nuestra libertad individual al Estado.

Ya ni me acuerdo del "efecto 2000", la gripe A se ha demostrado como un gigantesco buñuelo de viento, es decir, de nada, y qué hablar del cambio climático, mandamiento estrella de la nueva religión. Parece que a mediada que se desprestigia la base científica del totalitarismo de izquierda, pues el marxismo se ha demostrado no sólo como una gigantesca mentira filosófica, sino más aún una excusa gigantesca para el odio y por tanto para el delito (el marxismo da una excusa estupenda para odiar, para el mal, como una herramienta satánica perfecta), va creciendo este otro instrumento del mal que permite al leviatán estatal justificarse.
Lo más grave y a la vez sorprendentemente reiterativo es la fruición que el público manifiesta en creerse estas bolas y en adherirse a esta nueva religión. Claro que, eterno retorno de lo idéntico, ya ha pasado todo ésto: el criminoso marxismo sigue teniendo prestigio romántico, que horror, y los nazis, etarras más o menos duros, más o menos vascos, más o menos gallegos o catalanes, encuentran siempre públicos deseosos de que justifiquen sus odios personales en enemigos o peligros endógenos.
Desengañaos pigmeos: la realidad no da miedo, sólo es que vosotros sois cobardes, y vuestro miedo preexiste, y busca una excusa para permanecer y gobernaros. Lo peor es que aprovechando esa debilidad generalizada el estamento privilegiado nos trata de someter a todos, una vez más, pero ya de manera sutil y silenciosa, en una nueva dictadura casi autoimpuesta y desde luego, tan peligrosa que parece habernos robado el alma.
Es pues, esa mano invisible que tantos esperan estrechar, para enfeudarse a un Estado que enmascare nuestro pánico, y que otros tanto quieren aprovechar para tiranizarnos, un enemigo poderoso contra el que debemos pelear. Yo lo haré.

lunes, noviembre 30, 2009

Brassens

Geroges Brassens en español. Una declaración de intenciones.

"Politiqués"

“Sé que sigue siendo posible un camino de entendimiento […] y defiendo la Constitución y defiendo el Estatuto, y defiendo el contenido del Estatuto porque así lo votó el pueblo de Cataluña, y por supuesto he dicho lo que he dicho y también he dicho otras cosas, como por ejemplo que no vamos a renunciar nada de lo que recoge el Estatuto.”

(José Montilla. Presidente de la Generalitat de Cataluña. 30/11/09)


Montilla dixit. Todo un logro, acertó a decir un par de frases sin balbucear.

No, desde luego, el “politiqués” ya no es no que era. Sería fácil cargar las tintas con el “florentino” Montilla (florentino por lo que tiene de apuñalador), pero es evidente que el “politiqués”, la jerga política, ha terminado por degradarse hasta extremos lamentables.

Llegó a ser un arte, una sutil forma de no decir nada, de dejar claro un sobreentendido sin mencionarlo, de mostrar lo que se piensa diciendo lo contrario, de callar perorando, de gritar callando, incluso de contradecirse con ironía. Maquiavelo y Gracián, dos maestros que deberían ser leídos.

Hoy sin embargo el “politiqués es poco menos que una lengua muerta. Una necia jerga que aprende el político como un autómata, viciada, repleta de lugares comunes y obviedades, una papilla que toma por discurso y que incluso se filtra a través de todo su ser haciendo que su propio equipaje intelectual quede reducido a eso. Un político es una caricatura, como su lenguaje.

Ni “príncipe” ni “discreto”. Montilla exhibe con su jerga lo que es, una cáscara huera con aires, una mediocre nulidad que se aferra a su sillón, y que cuando nota que le pueden empujar, amenaza.

Ha dicho lo que ha dicho, y también ha dicho otras cosas.


Valencia 30 de noviembre. Un viento gélido capaz de helar sonrisas idiotas. La cara del contribuyente.

domingo, noviembre 29, 2009

La Farsa

En marzo de 2008 escribía lo siguiente:

“Las democracias se corrompen no por dejación de los ciudadanos a la hora de votar, sino por la pretensión de unos y de otros de ver en ese tipo de ficciones algo más que una comedia necesaria. Es decir, cuando unos y otros, votantes y representantes, acaban creyéndose aquellos papeles que la ficción ofrece. Y así unos se creen representantes auténticos de voluntades populares que jamás se equivocan, y se pretenden a salvo de cualquier control ciudadano; y otros, que no existe más verdad que la mayoritaria, pudiendo así despreciar y obviar opiniones y actitudes que son minoritarias. No hay mayor estupidez que creer una farsa, pretender seguir actuando cuando el telón ha caído. Y este tipo de estupideces nunca salen gratis, acaban abriendo las puertas al populismo y la servidumbre.”

Resulta extraño leerse después de tanto tiempo, analizar lo que uno dijo (o escribió) a la luz de los acontecimientos, siempre imprevistos aunque ya se entrevieran. Es cierto, por muy previsible que el fututo pueda ser siempre acaba por sorprender, como le sorprende el predador a la presa.

Hablamos de farsa, de estupidez o de interés. Hay farsa, desde luego, farsa consentida y representada. También estupidez, la estupidez de la repetición, de la credulidad simplona, y sobre todo hay interés. Pero a menudo farsa, estupidez e interés se mezclan en una misma cosa, es el contexto, el sobreentendido.

Es lo que hace a unos seguir representado papeles en los no creen, a otros en empeñarse en no despojarse de los harapos de actores de reparto pese a que la función hace tiempo que ya terminó, y al resto a aprovecharse de la situación. Pero nadie termina por abandonar el proscenio, unos por fingida ironía, otros por verdadera estupidez, y los últimos por evidente interés.

Nuestro contexto es algo que yace muerto, apagadas las luces, vacías las butacas, el proscenio sigue repleto de actores, tramoyistas, apuntadores, y tipos que andan de acá para allá mirando. Unos, prestos a salir pitando con la recaudación, esperan un momento a embolsarse un euro más, otros perdidos y cegados por las luces seguirán declamando como imbéciles en medio de la nada, algunos, los últimos, se encargarán de apagar las luces, y levantar acta.

Ese contexto alguna gente lo llama Constitución del 78.

Quizá sea una terea inútil intentar entender ese contexto, o no, quién sabe.

Hace meses decidí callar, refugiarme en paraísos privados, escribir (ya sólo para mí), y asistir con la mayor dignidad posible al un colapso que creí inevitable.

Volver a escribir de manera pública no añadirá nada, lo sé, pero será al menos una forma de ordenar ideas, nada más.

Valencia, 29 de noviembre. Cielo plomizo y una fina pátina de lluvia gris que ha lamido las calles. Un asco.

sábado, junio 06, 2009

Yes, we can... go to the beach


Confieso que apenas he seguido esta campaña electoral, me han llegado ecos, rebuznos, y cacaofonías, pero vaya por delante que no ha sido culpa mía. Mi natural espíritu investigador me pedía volver a observar con el asombro del entolomólogo las evoluciones de estos curiosos especímenes, que hilan sus vanidades y prebendas con la misma fruición con la que aseguran su futuro.

Pero mi psiquiatra me lo ha prohibido terminantemente.

Ni seguimiento, ni mucho menos perpetración alguna de entrada o crónica diaria de campaña, como ya hice en la anterior campaña de las generales de 2008 en otro difunto blog.

Los síntomas de mi trastorno se agudizan peligrosamente. Lo sé; lo reconozco. Ya no robo saleros en los restaurantes, demente colección que amenaza con desbordarme, sino que me he convertido en un auténtico cleptómano. Por otra parte me demoro inútilmente contando objetos sin interés, ejecuto extraños rituales antes de abordar nada, como por ejemplo alinear la silla de mi despacho exactamente con las líneas de suelo, tarea que me cuesta horrores y que mido con disparatada precisión, o cambiar absurdamente y con frenético interés, los libros de mi biblioteca, intentando encontrar alguna combinación cabalística que asegure alguna armonía que desconozco, o despierte a un dormido golem hecho de cartón y papel: Samsa esperando en el paredón de fusilamiento, recordando el hielo que el coronel Aureliano Buendía fabricó en un lugar de la Mancha, justo el día en que ella, Lolita, la nínfula perfecta, miraba con malicia a un atribulado Dorian Grey, que intentaba ocultar la abyección del crimen cometido, una vieja usurera, en un subsuelo infestado por cronopios, como un jugador oculta su ruina. Pensamientos que me invaden, y me fagocitan.

Sé que todo ello no es normal.

Mi psiquiatra dice que es una especie de válvula de escape de mi psique. Mi psiquiatra siempre dice “psique”, y no “mente”, o “inconsciente”, o “mollera”, o “sesera”, o “entendimiento”… también tiene una irrefrenable tendencia a salpicar sus frases con la palabra “atávico”: miedo atávico, fijación atávica, deseo atávico, pensamientos atávicos, incluso turbación atávica, cuyo significado ignoro por completo. Asegura que mi lívido busca de manera inconsciente la satisfacción de deseos reprimidos, y por supuesto atávicos, escenificados de forma histérica en mis obsesiones y manías. Que siento envidia de los políticos, de su querencia por la exhibición, por la adulación de multitudes idiotas, por el inusitado interés que provocan palabras vacías, o completamente cretinas. Dice que en el fondo deseo ser como ellos. La represión actúa en forma de crítica implacable, débil barricada que apenas puede ocultar la verdad. Y que el horror que me provoca semejante posibilidad hace que aparezcan esos síntomas. Los síntomas son cada vez más evidentes, y según mi psiquiatra, mi deseo también.

Mi psiquiatra es un imbécil; un imbécil atávico.

¿Cómo puede asegurar algo así? ¿No puedo padecer como todo el mundo un Edipo vulgar? Amo a mi madre, odio a mi padre y mi superyó reprime ese deseo haciendo de mi alguien con un comportamiento social aceptable. Pues no. Resulta que mi inquina manifiesta hacia los políticos, mayormente españoles, es el fruto de mi secreta aspiración a ser como ellos, a ser uno de ellos.

No, no es cierto – me digo-, cómo podría serlo, como podría anhelar decir estupideces histórico-planetarias (¡Atención Planeta Tierra, atención!) ante poderosos sin que éstos osen reírse; o darme un baño de multitudes con un traje completamente nuevo, mientras mis acólitos claman como autómatas agitando banderitas a la hora de la conexión televisiva; o hacer profundos análisis ético-biológicos sin que se me estropeen las mechas; o fumarme los brotes verdes como si fueran marihuana; o dedicarme a la video-agitación subvencionada a costa del contribuyente; o pilotar un Falcon nuevecito para ir al circo; o ejercer de Gran Padrino para favorecer a mis allegados nepotes; ocultar secretos bajo capas de comisiones hábilmente gestionadas; hacer de la retórica, de la nulidad, un recurso….

Cómo podría, me digo. Pero quizá un secreto deseo anide en mí. Y así debe ser, puesto que la minuta del psiquiatra me cuesta una pasta. Brujas, como Macbeth, o psiquiatras, al cabo son lo mismo.

Me miro en el espejo y me pregunto quién soy.

-Quizá me reinvente todos los días –pienso-, y elabore con precisión una máscara que vele mi identidad. Quizá no soy tan diferente, y lo que intente no sea sino huir de mi mismo.

Tumbado en un diván, y frente a una reproducción de un cuadro de Paul Klee, discutimos:

-Hay que afrontar la realidad –me dice mi psiquiatra-. Aceptar y reconocer esos deseos reprimidos es el primer paso para la curación.

-Y una mierda –respondo-. Yo no estoy enfermo.

-¿Cómo que no? Usted padece un cuadro clásico de Trastorno Obsesivo Compulsivo. No puede negarlo, en realidad lo que usted intenta ahora es transmutar todo ello en una suerte de miedo atávico.

-Me gustan los atavismos, qué pasa, cuando era más joven me liaba un canuto de atavismos y me lo fumaba entre risas… No he dicho que no me pasara nada… simplemente le digo que no estoy enfermo.

-Sí lo está

-Le digo que no

Mi psiquiatra me ha recomendado una solución de compromiso:

-Olvídelos –me dijo-. Aunque sólo sea por un tiempo. Este domingo, por ejemplo, márchese a la playa, y piense que no son nadie.

-Como si no me afectaran

-Eso es. Como si estuviera a salvo de todos ellos.

-En realidad es lo que debería hacer. No tengo que justificarme ante nadie, y menos ante ellos, o ante la tribu de opinantes que hablan de no sé qué deber ciudadano cuando hay elecciones.

-Más o menos

-Como Omar Jayyam…

-¿Omar Jayyam?

-Oh, un tipo nada atávico. Le gustaba el vino, las mujeres, las matemáticas y la poesía… Intentaba refugiarse en todo eso

-Eh… Creo que la visita ha terminado… pida hora para la semana que viene.


De manera que eso es lo que haré mañana domingo. Ignoro cuanta gente hará lo mismo, personalmente pienso que no se merecen siquiera que los utilicemos como excusa.

El lunes seguiré preso de mis filias, mis fobias, mis manías. Seguiré escribiendo de manera compulsiva, irritando a mis amigos, que opinan que debería hacer ya algo de una puñetera vez con todo eso que voy almacenado en un disco duro, pero qué voy a hacer si sólo es un recurso de locura.

Lo único que siento es no vivir en California. Vivo a orillas de Mediterráneo, que tampoco está nada mal, pero no podré ver a una hora decente el segundo partido de las finales de la NBA. Ver como mi equipo de toda la vida, los Lakers, logran ganar –seguro- el segundo partido y acariciar ese decimoquinto título de la NBA (a sólo dos de los Celtics). Ver a la mamba negra ametrallar el aro rival, y a su compañero inseparable, un chaval de Sant Boi que hasta hace unos años también veía los partidos de la NBA por la tele, como yo.

Allí, en Los Angeles, no dicen tonterías del tipo: Yes, we can, sino Go, Lakers go, y lo dicen tipos como Jack Nicholson, cuyo médico personal debe ser el conservador de la momia de Lenin, siempre está igual, sentado en primera fila, con sus gafas negras y su novia de turno, el jueves le volví a ver.

El lunes, después de un día de playa, buscaré en los diarios digitales el resultado de ese partido. Lo demás… caerá en el olvido, como todo.

viernes, mayo 29, 2009

Estos somos









Con estos personajes es imposible hacer una epopeya. Nos movemos en la picaresca, pero sin gracia alguna. Necesitamos aire, gente nueva, y sentido del ridículo.

Y necesitamos, como respirar, un sueño.

Abramos las ventanas, que entre el aire y se lleve toda esta putrefacción.

Emigremos en espíritu a América.

martes, mayo 12, 2009

UNA DECIMA DE SEGUNDO

Había sido todo tan fácil. Pensar que el mundo estaba contenido en una décima de segundo, un universo infinito acotado por algo que éramos, casi, incapaces de percibir. Un instante lleno de posibilidades.

Y recorríamos noches enteras, escondiéndonos por los márgenes, persiguiendo instantes que sabíamos falsos, quemando con desesperación motas de tiempo que supimos que no eran nada, que podían romperse como burbujas, estallándote en la cara en una explosión de colores de plástico y risas. Y no nos importaba, porque la noche estaba llena de ellas, décimas de segundo que se nos escapaban de las manos sin importarnos. Una, y otra, y otra, y otra… todas eran iguales, y al mismo tiempo, distintas.

Entonces lo supimos, descubrimos sin que nadie nos lo dijera que el tiempo era un minúsculo punto que nada significaba. Ese instante de lucidez donde todo se confunde, pasado, futuro, presente infinito y eterno. Y el movimiento no era nada, sino un permanente estado de embriaguez, un carrusel de plenitud, una fermata suspendida en la nada. Siempre tuvimos aquel paraíso.

Algunos, simplemente, no creímos que fuera cierto, nos engañamos y sospechamos que todo aquello no fue sino un momento cegador y fulminante, un oropel que nos sedujo cuando nos creímos héroes. Nos quedamos con el recuerdo. Caímos presos del tiempo.

He acabado por acostumbrarme a su sabor. Amargo y suave. Aceptar que su calor letal recorra mis venas. Que me invada un falso bienestar. Cada día veo sus efectos en mi piel, en mis ojos, en mi mirada. Y sitúo con vergüenza todo aquello en un lugar de mi memoria. Como si fuera un hoja de papel leía y ajada. Que leo, arrugo y arrojo a la papelera para volver a desplegarla y leerla de nuevo, creyendo que así la hago mía. Eso es el tiempo. La prisión en la que algunos quisimos encerrarnos. Los recuerdos no son nada, humo, hojas arrugadas en la papelera que simulan llenar la vida.

Tú también llegaste a ser un recuerdo. Mientras recordábamos aquellos días, como si nos pertenecieran, nos preguntábamos qué sería de ti. La gente decía cosas, hablaban de monstruos, fantasmas y pozos negros que te acosaban. Pero seguías apareciendo, tu imagen, gastada –pero éramos nosotros, prisioneros del tiempo, quienes la veíamos gastada-, aparecía por televisión. Y nos decíamos, aún sigue ahí. Anclado en un presente inmóvil te veíamos como el punto de fuga de nuestras vidas. Y entonces volvíamos a creer que todo aquello pudo ser, y que quizá lo tuvimos en la mano y se nos escapó. Siempre hablábamos en pasado.

Te reías de nosotros. Nos decías que tú no habías caído en esa falacia, que a pesar de todo, a pesar de todo aquello que decían de ti, seguías poseyendo aquello que nosotros dejamos abandonado, el día que empezamos a creer que el tiempo era algo real.

Y ahora, como siempre, luchas contra gigantes, has entrado en un mundo descomunal, y ya no hay tiempo, quizá nunca lo hubo.

Y yo, que oigo hoy palabras incomprensibles que los demás gritan, retales de realidad que me niego a entender, salgo de mi autismo para volver a verte en un recuerdo, única cosa que ya me pertenece.

El resto es silencio…


sábado, abril 25, 2009

LECCIÓN

¿SERÁ CIERTO QUE LA LETRA CON SANGRE ENTRA?
Si es así, quizá los españoles aprendamos algo de economía, pero nos quedaremos desangrados, eso seguro. Yo creo que toda esta carnicería no servirá sino para insistir en las mentiras que los progres siguen profesando. Sostenella, no enmendalla.

domingo, abril 05, 2009

SANGRÍAS, SANGUIJUELAS Y MANTAS

Como los viejos médicos de hace doscientos años, pretendemos curar el tifus económico con sangrías, la viruela financiera con sanguijuelas y las fiebres inmobiliarias con mantas. Como es sabido, estos remedios que ya en su época eran más míticos que científicos, sólo acentuaron la muerte de miles de infelices crédulos que con fe se dejaron rematar por los matasanos de entonces. Pues nuestros economistas de relumbrón y políticos de sillón han decidido curarnos de la crisis en la que nos han metido -de lo que estoy convencido y espero poder demostrar en otro momento- con remedios de birlibirloque que sólo los cándidos siervos que hoy constituyen el pueblo se pueden creer.
¿Cómo es posible que una crisis financiera ligada a la sobrevaloración de activos se solucione con déficit?¿Deber aun más dinero, sin respaldo alguno de riqueza, sin activo subyacente a ese dinero?¿Dinero que sólo es papel?
Eso no se le ocurre ni al peor de los chamanes. Es retroceder a la edad de piedra de la economía, lo que no es más que un signo de lo maduros que estamos para volver al feudalismo. Nadie sabe nada. Todos se dejan hacer. Como corderitos en la fila del horno crematorio, vamos hacia el abismo confiando en unas élites corruptas que solo buscan perpetuarse en el poder, y sólo saben hacerlo timando, estafando y engañando.
¿Merecemos ésto?

jueves, marzo 26, 2009

CAMINO A AUSCHWITZ

El escritor, articulista y profesor universitario, Arcadi Espada, participó hoy en un foro abierto en la edición digital del diario Avui. Mientras Espada contestaba a algunas preguntas e intentaba argumentar su posición, de sobra conocida, el editor de la citada edición digital del periódico dejó espació ilimitado, libre de moderación, para que cuantos quisieran dejaran, bajo la impunidad del anonimato, su opinión sobre la intervención de Espada.

Según transcribe José García Domínguez en un artículo en Libertad Digital, se pudieron leer más de ciento cincuenta comentarios del siguiente tenor:

"Esta panda de charnegos españoles y renegados, esta chusma de delincuentes sólo entiende el lenguaje de los coches bomba y los tiros en la nuca". "Vete de aquí que estás infectado del virus castellanufo, a ver si agarras una enfermedad venérea y te la cortan". "Capullo de mierda, a ver si un día, sea por accidente o por agresión, te cortan los cojones". "Cerdo hijo de promiscua". "Charnego rencoroso y renegado". "En Cataluña sobras". "Si me lo cruzo le soltaré cuatro hostias bien dadas y le someteré a mi ley, y después si se queja le diré que su estatus no es de nación...". "Estos sólo entienden una cosa...". "Hijo de rata español". "Lerrouxista hidrofóbico". "Ideólogo del exterminio (de momento cultural)". "Vuelve a tu país". "Mucho hablar para no hacer nada. No hay cojones. Enviemos España donde se merece". "Indeseable, quedará colgado en su propia mierda".

"Muerte al charnego". "Por favor, inmigrantes españoles: volved a España y dejad de pisar nuestro maravilloso país que es Cataluña. Repito: marchaos!!!!". "Prostituta ideológica y cultural". "Sois muy inferiores y lo sabéis, de ahí vuestra rabia. Id preparando las maletas porque cuando tengamos un Estado propio las deportaciones de colonos españoles serán masivas". "Yo opino que habría que hacer como antiguamente: los traidores a la horca". "Grano de pus podrido"."Escoria viviente". "Más ignorante que los africanos". "Xenófobo". "Que una persona se tiña tan vistosamente el pelo, para mí, es que alguna, o muchas cosas, tiene que esconder". "Prevaricador". "Gusano". "Demonio". "Intelectual"

Esos son los hijos del nacionalismo. Esa es vuestra “nación”, sinceramente os la merecéis. Os la habéis ganado a pulso. La habéis incubado con cuidado y delicadeza. Con paciencia, esperando que el fruto fuera el adecuado, aguardando a que ese huevo de la serpiente eclosionara para mayor gloria de vuestra “Nació catalana”. Ahora ya tenéis lo que siempre habíais deseado: “Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer”. Y por supuesto: Catalunya “Judenrein”.

Enhorabuena.

Fue un acierto que el comprensivo editor decidiera no moderar los comentarios, dejar abierto a la libre expresión el espacio del diario Avui (subvencionado por la Generalitat de Catalunya), dejar a una persona intentar argumentar algo frente a una jauría de animales, de bestias. Nunca algo pudo ser más claro, más explícito, más evidente: Que esa infecta religión que profesáis, no produce sino odio, no gobierna sino salvajes, siervos.

Probablemente muchos de los intervinientes no harían aquello que el anonimato les animó a escribir, no se atreverían, ¿o te atreverías tú, que estás decidido a “soltarle cuatro hostias”? ¿Te atreverías tú, que clamas “muerte al charnego”, a dispararle un tiro en la nuca al señor Espada? Supongo que no, ¿o sí?

Os escondéis bajo un seudónimo, mostráis sin pudor vuestra ignorancia vertida en carretadas de heces, único destilado que vuestro intelecto es capaz de segregar. ¿Alguno de vosotros sería capaz de escribir algo firmando con nombre y apellidos?

Al fin y al cabo quien insulta está protegido por la turba, quien jalea lo hace al abrigo del la masa, quien tira la piedra lo hace sabiendo que nadie le dirá nada; y quién dispara lo hace siempre con un pasamontañas.

Existe un camino que lleva a Auschwitz, ese camino es nítido y preciso, también largo, pero está embaldosado de actitudes, decisiones, omisiones… Sobre todo omisiones, como las vuestras.

No merecéis que siga, no merecéis que siga malgastando mi tiempo con vosotros.

Per cert, el meu nom es Carlos Sebastián Sáez, i soc de València.

miércoles, marzo 11, 2009

QUE TU ESPADA CAIGA SIN FILO


Es posible matar dos veces. La primera arrebatando la vida de alguien; la segunda borrando su recuerdo, e incluso su nombre.

Es entonces cuando la víctima deja de existir, se desvanece en una vaga imagen que borra la marea del tiempo. Nada.

Pero los muertos no olvidan, solo ellos tienen memoria.

El tirano Ricardo III aguarda en su tienda la noche antes de la batalla que pondrá fin a su sangriento reinado, sabe que todo está en su contra, pero ha decidido combatir y espera que en una última jugada del destino pueda conservar un poder usurpado a base de traiciones y asesinatos. Está cansado, sabe que al alba comenzará una jornada decisiva, pide que le dejen solo, consigue dormir, y sueña. Pero ese último sueño de Ricardo no consiste en imágenes tranquilizadoras, ni en negros pozos de tiempo que mitiguen su impaciencia, sino que como conjurados, se le aparecen los espectros de todos aquellos inocentes que murieron por su causa. De manera sobrecogedora, cada uno de ellos maldice a Ricardo, y le desea su muerte en la batalla que se avecina. Todos acaban su parlamento diciendo más o menos lo mismo:

Mañana en la batalla piensa en mí

Y que tu espada caiga sin filo

Desespera y muere.


Algún día, no sé cuando, los muertos hablarán.

Preguntarán por qué su muerte no fue recordada, por qué muchos prefirieron olvidar, por qué aquellos que invocaron su recuerdo no quisieron saber nada de ellos.

Y dirán –nos dirán- que aquel dolor no tuvo ningún sentido, las manifestaciones, las concentraciones, los llantos compungidos, los gritos de rabia. Aquellos tres días de furia, de qué sirvieron, aquellos tres días de ira a quién sirvieron.

Y preguntarán –nos preguntarán- qué hicimos para vengar su muerte, quiénes defendieron su recuerdo, por qué no hicimos justicia. Era tan fácil –dirán- nosotros fuimos las víctimas, de qué sirvió nuestra muerte, si vosotros, los vivos, no hicisteis nada.

Y se nos aparecerán sin avisar, mostrando sus heridas y pidiéndonos cuentas, diciendo que fueron ellos los que estaban en aquellos trenes, pero que pudimos ser nosotros; preguntando si nuestra miseria política merecía la pena de su sacrificio

Preguntarán: ¿Y tú? ¿Qué has hecho? ¿Por qué nos habéis olvidado?

Ese día yo sentiré asco… y vergüenza, Seré incapaz de mirarme al espejo. Seré incapaz de contestar.

Otros, hombres sin rostro, sin alma, huirán sin saber a dónde ir. Viles que se sirvieron de todo aquello para sus medros, para sus honores. Aquellos que lloraron y reían por dentro, aquellos que sabían que todo iba a cambiar.

Pero los “Ricardos” de esta historia (¿Quiénes son? ¿Quiénes?) verán como las víctimas se les aparecen en la oscuridad de un último sueño. Les maldecirán, les recordarán todo aquello, les señalarán; su recuerdo será para ellos una condena que les acompañará el resto de la vida, una mancha indeleble que hará pública su putrefacción, su miseria. Los muertos harán que sin filo caiga su burda espada.

Una nación que olvida, no es una nación. Una nación que no hace justicia, tampoco.

Ya solo espero a saber, a no olvidar. Para poder responder algo a los muertos. Porque los muertos vendrán, ellos nunca olvidan.

viernes, febrero 27, 2009

EL HOMBRE DE LA MAZA


Hacía tiempo que no había visto nada igual. Bastó sólo un gesto de furia para ver derribadas cosas que muchos creen inamovibles. Durante unos segundos yo también quise tener una maza en mis manos, y ayudar a ese hombre, estaba completamente solo.

Primero la emprendió con los cristales de la puerta, apenas le bastaron unos segundos. En ese punto ya daba igual pararse o seguir con la terea… de manera que continuó.

Se introdujo en el interior, y con la maza en la mano la emprendió contra todo lo que vio. No son momentos para ser selectivo y elegir, sabía que en pocos minutos iba a llegar la policía así que convenía darse prisa, no para escapar, nunca tuvo esa intención, sino para terminar cuanto antes.

Se agolparon vecinos, algunos sorprendidos, otros indignados, indiferentes, o asustados ante lo que podía ocurrir. En el interior se oía el escándalo de los objetos destruidos.

Él continuaba.

Sabía que era indiferente que parara o causara el mayor destrozo posible, era ya alguien maldito, sabía, de la misma manera que todos los que observaban, que desde el momento que rompió el primer cristal ya no podría vivir allí, en su pueblo. Sabía que iba a estar en el punto de mira de los asesinos. Así que continuó.

Al cabo de unos minutos llegó la policía… llegaron varios coches patrulla, como si hubiera habido un atraco con rehenes. Días antes, en una manifestación ilegal, en la que los asesinos se enseñorearon, como siempre, apenas aparecieron un puñado de agentes, miraron y no hicieron nada.

Uno, dos, tres, cuatro, hasta seis policías. Momento heroico. Momento de gloria. Qué rapidez, qué eficiencia. Hay que proteger el mobiliario urbano, y la propiedad.

No hizo falta ejecutar un gran despliegue logístico para detener al hombre, él mismo se entregó. No tenía intención de escapar… Ni de herir a nadie.

Mientras le cacheaban (claro que le cachearon, las cámaras estaban delante), una expresión de rabia y dolor crispaba su rostro

-Lo siento por mis padres –decía-. Lo siento por ellos.

Intentaba explicar los motivos que le habían llevado a emprenderla a mazazos contra una herriko taberna

-Yo solo soy un trabajador… ellos me han reventado mi casa

Los seis policías (los seis), con la cara cubierta por pasamontañas se llevaron al “hombre de la maza” esposado.

Él iba a cara descubierta. Todo el mundo le vio.

La Casa del Pueblo del PSOE, en la que los terroristas detonaron una bomba el día anterior, estaba cerca de su domicilio, los daños causados por la explosión destrozaron su casa, el empeño de toda su vida. Algunos de los que frecuentaban la herriko taberna lo encontraron gracioso, se rieron.

Luego llegan las inevitables declaraciones, los comentarios, las columnas, las valoraciones. Políticos y palmeros en campaña:

Que si hay que entender sus sentimientos pero… Que si no hay que compartir los medios violentos… Que el pobre hombre estaba ofuscado… Que a pesar de todo no hay que apoyarle… Que si la violencia no conduce a ningún lugar… Que si el ojo por ojo… Que si lo de la justicia por su mano…

Y todos se la cogen con papel de fumar. Todos.

En el País Vasco no hay justicia, no hay estado de derecho. Solo hay miedo.

El “hombre de la maza” puso las cosas en su sitio.

El “hombre de la maza” descargó un mazazo contra la justicia miope, contra los políticos culpables, contra los cómplices satisfechos, contra esa podredumbre que afecta a una sociedad que no quiere ver, que prefiere callar, o mirar a otra parte. Y sobre todo, contra esos que encuentran gracioso lo que le ocurrió al “hombre de la maza”, los que han hecho de muchos lugares del País Vasco su coto privado, su dominio de mafiosos.

Luego, le acusaban de “fascista”, en una concentración coreografiada, con consignas aprendidas y pancartas iguales fabricadas para la ocasión. Los fascistas llamaban “fascista” al “hombre de la maza”. Se ofenden cuando son otros los que usan una maza. Para defenderse.

Es la dictadura del miedo, solo ellos llevan maza, y pistolas, y explosivos. Y deciden quién debe morir.

Yo hubiera querido tener otra maza. Lo que no sé es lo que hubiera hecho, no sé si hubiera tenido la suficiente valentía como para ayudarle (él estaba solo), o si hubiera acabado por ser tan cobarde como para pasar por su lado y hacer como si nada estuviera pasando.

En el País Vasco nunca pasa nada. Hasta que a alguien se le ocurre coger una maza… y dejar las cosa claras.

domingo, febrero 22, 2009

LA ACCION PARALELA

La monumental novela, “El Hombre sin Atributos”, de Robert Musil, fresco inacabado de la agonía del Imperio Austrohúngaro anterior a 1914, gira toda ella entorno a un Macguffin argumental llamado La Acción Paralela.

Frente al expansionismo germánico de los vecinos del Reich Alemán del káiser Guillermo, que se dispone a celebrar, con toda pompa y magnificiencia, el trigésimo aniversario del káiser, las fuerzas vivas austriacas contraponen un acontecimiento que pretenden que sea igualmente importante y capital, y que, de paso, logre movilizar y haga resurgir el espíritu del Imperio, agotado y ahíto como la salud del emperador Francisco José. Para su culminación se fija una fecha clave, el setenta aniversario del emperador.

Lo curioso es que durante las más de mil quinientas páginas de la novela de Musil no se especifica realmente qué es eso de la Acción Paralela. La gente habla de ella, se establecen comisiones de estudio y preparación, es el tema de conversación de las reuniones, y sobre ella gravitan esperanzas que conseguirán sacar del marasmo al Imperio, a Kakania, como lo llama Musil. Pero nadie dice qué es, o cuál es su contenido.

Si algún potencial lector de la extraordinaria novela de Musil se siente desalentado al saber que tras navegar por tantas páginas no sabrá qué es eso de la Acción Paralela, que no se inquiete, esa es precisamente la ácida y corrosiva ironía de Musil. La Acción Paralela no es nada. Es el cascarón vacío por el que transitan los personajes, el escenario desierto en el cual declaman, la Acción Paralela es el símbolo del mismo Imperio, un cadáver que unos se niegan a ver, y otros se apresuran por enterrar, pero que todos hacen como si todavía estuviera vivo.

El protagonista de la novela es Ulrich, el hombre sin atributos, un joven matemático que decide tomarse un año de su vida para decidir qué hace con ella. Ulrich es el héroe trágico de la agonía del Imperio, no parece tener ambiciones, ni objetivos, transita por la vida desconcertado ante el vendaval de acontecimiento que le supera y no controla, no tiene ideología, es cínico, sarcástico, escéptico, y se toma siempre una prudente distancia crítica, no solo ante lo que le rodea, sino ante sus propios sentimientos, lo cual le aboca a una continua pasividad durante toda la novela; es un hombre que nunca dirá que no, sino “todavía no”.

Frente a él está figura de Arnheim, un hombre con atributos, ambicioso, sofisticado, pedante, con “profundas” convicciones acerca de todo, entregado a un objetivo (el suyo), un hombre de acción. Y Diotima, cuya tremenda belleza iguala a su estupidez, mujer plana que se erige en inspiradora de la Acción Paralela.

No es cuestión de hablar de la inacabable obra de Musil aquí, ese océano inmenso merece tiempo, paciencia y lectores sin prisas. Pero en un domingo devastador surgen de improviso ideas “paralelas”, reflejos inesperados y lugares comunes.

Leo en un periódico de papel las enésimas medidas que pretenden poner en práctica (no importa quién) para atajar la temida crisis. Me causan estupor las reiteradas poses de los políticos en campaña, sus apuestas de “hombres de Estado”. Me pregunto por el valor de las palabras, de los proyectos vacíos que logran calmar conciencias, ahuyentar fantasmas, movilizar expectativas hueras… Nadie entiende nada, pero todos actúan, o mejor dicho, dicen que actúan, porque decir se ha convertido más importante que hacer.

Cuando Debord anunció allá por los sesenta la inevitable llegada de una sociedad del espectáculo no aventuró su última y postrera vuelta de tuerca, la sociedad de la farsa, del sucedáneo, del guiñol. El espectáculo, a pesar de su irrealidad, puede ser hipnótico, arrastrar al pasivo espectador-consumidor-votante a lugares imaginarios pero asombrosos, subyugantes. La farsa, en cambio, exige del espectador un autoengaño inevitable, la colaboración necesaria que haga que todo trascurra, que todo funcione.

En situaciones como las actuales no aspiro sino a ser, como Ulrich, un hombre sin atributos (y yo también soy matemático, me digo). No caer en la falacia de la afirmación sin fisuras, tomar un distancia crítica, o simplemente aséptica, frente aquello que parece, frente a mí mismo incluso, suspender el juicio ante lo evidente, por evidente, por manido. Ofrecer la mínima sección eficaz a la banalidad ajena, a la propia. Deslizarme por las delgadas brechas que ofrece la perfecta coreografía de lo previsible, deslizarme sin molestar, sin que me molesten.

A menudo todo parece una inmensa Acción Paralela. Cascara vacía que parece llenar vidas, discursos y pareceres, torbellino absurdo que arrastra a todo el mundo sin que sople el viento. Risas idiotas de Nochevieja, carentes de significado ni objeto, y te sorprendes ante la vacuidad de todo ello, de tus propias risas.

La Acción Paralela fue la antesala al abismo, Ulrich acabó como todos los de su generación aprendiendo lo que era la derrota y la muerte en una trinchera infecta. Pero mientras ese momento llega, es lo que permite acercarse al borde del precipicio como si nada ocurriera, gesticulando, con la inconsciencia idiota del borracho.

Es siempre una putada vivir una época de ruptura histórica. Uno cree que está viviendo algo importante, y se da cuenta de que todo le ha pasado como un tsunami, sin enterarse. ¿Y la Acción Paralela?

Termino el día escuchando repetidas veces una tema de PJ Harvey del año 2000: Horses in my dreams.

Intento soñar, abismarme con mi propia Acción Paralela… y dejar que los caballos tiren de mi, son como las olas, como el mar…

“Horses in my dreams

Like waves, like the sea

They pull out of here

They pull, they are free…”

PJ Harvey. Horses in my dreams.


martes, febrero 17, 2009

S-21


Elijamos un caso típico, Khieu Ches, por ejemplo.

Vivía en el pueblo de Van Theaymeas y tenía trece años. Los Jemeres Rojos llegaron a su pueblo y le reclutaron. Le enviaron a un campo de formación.

Allí le hablaron del misterioso Angkar, de que un futuro nuevo esperaba a Camboya, de que él era alguien especial, muy especial, y que había sido elegido para llevarlo a cabo. Pero también le dijeron que había un enemigo terrible que podía destruirle, matarle, un enemigo oculto contra el que había que luchar. Ese enemigo estaba en todas partes, se filtraba por todos los rincones, era como una infección, y probablemente había afectado ya a su familia. Pero los Jemeres Rojos le habían salvado a él, le alimentaban y le protegían, eran su nueva familia, y el Angkar, su nuevo padre. Khieu Ches no sabía exactamente qué era el Angkar, o quiénes eran, pero los Jemeres le dijeron que cuidaría de él siempre, que no dejaría que le pasara nada. Pero había que obedecerle siempre. Siempre. Si no, a él también le pasaría lo que a los demás. Los demás morían.

Khieu Ches aprendió rápido, era un chico despierto. Sus profesores le decían que el futuro sería esplendoroso, le hablaron del Hermano Número 1 y de su sabiduría que impediría que ese enemigo oculto venciera.

En el campo de formación le dijeron lo que tenía que hacer, le enseñaron a usar un arma, con un arma en la mano la gente le temía, se sentía importante. Ahora también él era un Jemer, y nadie que no fuera Jemer le diría nada, ni le podría mandar nada, ni le dirían que era un niño y que no entendía, ni se burlarían de él, no haría caso a los mayores, ni a los profesores, sólo a sus superiores jemeres. Pero debía obedecer al Angkar, dijera lo que dijese.

El 17 de abril de 1975 Khieu Ches entró en Phnom Penh junto con otros chicos de su edad en un camión. La gente se fijaba en él, miraban su AK-47, sus ropas negras, su pañuelo rojo al cuello; oía como muchos decían que eran todos muy jóvenes y algo que no entendió, la frialdad de la expresión de su rostro. Pero no le importó lo que decían, todos ellos estaban enfermos, infectados por ese mal del que hablaban, lo podía notar en sus caras, en sus ropas, en sus gestos.

Esa misma tarde el Angkar ordenó la evacuación inmediata de la capital: todos sus habitantes debían de abandonarla, sin excepción.

Camboya, Año Cero.

Había mucho que hacer, había que limpiar, destruir, desinfectar. Phnom Penh era un lugar maldito, carcomido por el mal, había que borrarlo de mapa.

Sin embargo a Khieu Ches no le ordenaron irse de la capital. Había sido elegido para una misión importante, confiaban en él. Le ordenaron ir a un lugar llamado S-21, o Prisión de Seguridad 21. En realidad no era una prisión, sino una escuela que había sido reconvertida en lugar de detención. Era la más importante, allí encerraban a los criminales más peligrosos, aquellos que llevaban el mal tan dentro de sí que no se podía hacer otra cosa con ellos salvo destruirlos, y arrancarles una confesión. Era la escoria que había que eliminar, el miembro gangrenoso que había que amputar para salvar el resto, así se lo explicaron, si no lo hacía, todos morirían, y si no obedecía también acabaría como ellos. La prisión la dirigía alguien importante, un jemer llamado Duch.

Khieu Ches vigilaba a los prisioneros. Le daban asco. Había muchos profesores, médicos, gente que leía libros. Había algunos conocidos, familiares incluso de algunos chicos. Todos ellos le temían, y eran mucho mayores que él.

A veces tenía que sujetar a los presos mientras los torturaban, otras era él mismo quien les golpeaba, también disparó con su AK-47 en las ejecuciones, aunque lo normal era ahorrar balas, los presos morían degollados, o ahorcados. Sabía lo que le iba a pasar si se negaba. También tenía miedo, pero no podía negarse, le asustaban los chillidos, los gritos de dolor… Cuando no podía soportarlo les pegaba con todas sus fuerzas, pegaba y pegaba para que se callasen; nadie le decía nada y sus superiores sonreían cuando lo hacía. Cuando morían parecían sentir alivio, solo así descansaban.

¿Cómo podía negarse?, se preguntaba. Tenía dieciséis años.

Khieu Ches no supo cuanto tiempo estuvo allí, dos años, tres… el tiempo no significaba nada. Tampoco supo a cuantos golpeó, o torturó, o mató; todos eran igual.

Un día tropas enemigas llegaron a Camboya, vietnamitas. Los Jemeres huyeron, todos se fueron de nuevo al campo. Duch desapareció.

Khieu Ches se quitó el uniforme, fingió ser uno más y se marchó de S-21. Nadie le dijo nada, todo el mundo había desaparecido. Al final logró volver a su pueblo, todo estaba destruido, sus habitantes muertos de hambre; toda su familia había sido asesinada por los Jemeres.

Entonces sintió miedo. Todo el mundo acusaba a los Jemeres de cosas horribles. Cambió su verdadero nombre, se ocultó, no quiso saber nada del tiempo que estuvo en S-21.

Pero le encontraron. Algunos presos le reconocieron y le acusaron de ser uno de los torturadores de S-21. Cuando le detuvieron dijo:

“Yo solo era un niño. Estaba aterrorizado y me obligaron a hacer todo eso. Solo era un niño. Fui una víctima más.”

Khieu Ches era una víctima. Eso era cierto. Pero no todas las víctimas eran iguales.

Algunos de los que pasaron por S-21 aseguran que durante mucho tiempo tuvieron que bajar la mirada cuando se cruzaban con sus antiguos torturadores. Los veían en el pueblo, en las ciudades. Nadie decía nada.

No todas las víctimas son iguales. Hubo víctimas como Khieu Ches. Pero también hubo víctimas que gritaron entre los muros de S-21, o que murieron. Algunas de esas víctimas recuerdan la cara de Khieu Ches cuando les golpeaban. Una cara inexpresiva.

En Camboya hubo casi dos millones de asesinados durante los poco más de tres años que los Jemeres Rojos estuvieron en el poder. Antes del régimen de Pol Pot la población era de siete millones.

Hoy ha comenzado en Camboya el juicio contra algunos de los responsables del régimen de los Jemeres Rojos, treinta años después. Entre ellos se encuentra Kaing Guek Eav, más conocido como Duch. Durante el juicio ha reconocido su implicación y se ha mostrado arrepentido de sus crímenes. Es posible que sea cierto, pero poco importa. La distancia entre las palabras y los hechos se ha vuelto infinita.

Es la distancia que separa la palabra de la barbarie. Y no se puede entender la historia del siglo XX sin transitar ese abismo.

domingo, febrero 15, 2009

TIRANOS INFLADOS


“Yo no soy Chávez, yo soy un pueblo”

(Hugo Chávez Frías, Febrero 2009)

Uno podría creer que la frase la podría haber pronunciado el mismísimo Luis XIV, pero por poco que se repare en ella no podrá dejar de observar lo distintas que son, no sólo en estilo –eso es evidente-, sino sobre todo en el contenido.

Confieso que no puedo hablar de este personaje (Hugo Chávez) sin que me invada una sensación de rechazo, no ya intelectual y moral, sino sobre todo físico. Curiosa reacción que se va acrecentando con el paso del tiempo con diversos temas, “debe de ser la edad”, me digo. Me hago mayor, la cuarentena está cada vez más cerca, y a mí, la verdad, me da exactamente igual.

La frase que inmediatamente nos viene a la memoria, es, evidentemente, la que se acostumbra a atribuir a Luis XIV: “L’État c’est moi”, aunque lo más probable es que fuera apócrifa. Luis tendría cinco años cuando supuestamente la habría pronunciado, y a no ser que le supongamos una precocidad fuera de lo común, es difícil que a un niño se le hubiera ocurrido una frase que resume todo un modelo de hacer política, el absolutismo.

Apócrifa o no, lo cierto es que la frase condensa en una sola idea-fuerza lo que los especialistas en filosofía política denominan absolutismo monárquico. El Estado, entendido como conjunto de instituciones que detentan el poder y la soberanía, se resumen y concretan en una sola persona, el monarca, del que derivan, atendiendo a su parecer y deseo, todas las instituciones burocráticas que organizan el territorio. Definiendo la nación como el sujeto que detenta la soberanía, el absolutismo identifica nación y monarca como una sola entidad jurídica, dejando, para el resto de las personas el papel de súbditos, y no ciudadanos. El único ciudadano es el rey.

No es cuestión de defender semejante atentado contra la libertad ciudadana, pero sí de dejar constancia de que el absolutismo monárquico, tiene, a pesar de todo, cierta enjundia argumentativa, aunque sea a costa de cometer un crimen.

Lo de Hugo Chávez, sin embargo, es muy distinto.

No estamos en Versalles, ni mucho menos asistimos a una fiesta junto a Madame de Montespan. Sino a una multitudinaria manifestación donde un exultante tirano caribeño, en un arranque de sinceridad, grita al enfervorecido público que él es el pueblo.

El pueblo, que no el Estado.

Hemos cambiado las instituciones que detentan el poder, por algo semidivino: el pueblo. Desde que Rousseau elevara a categoría política esa mistificación, ha funcionado como garante de la acción política, como resolución, fagocitándola, de cualquier dicotomía entre libertad y autoridad.

Siempre he pensado que en todo este manido problema late un deslizamiento de términos que encubren la tiranía. Es decir, libertad, y autoridad no significan lo mismo para alguien que invoca al pueblo como depositario de la “voluntad general”, que para quien cree que no son sino mistificaciones liberticidas.

Ambos hablan de libertad en términos parecidos, se utilizan frases similares, pero el significado que late bajo esas palabras es radicalmente distinto. Esa es la trampa.

La idea de considerar a la libertad, con Rousseau, como algo divino con connotaciones religiosas, algo en sí mismo ilimitado y omnipotente, como Dios, hace de ella algo abstracto, irreal, pero al mismo tiempo puede ser atractiva. El problema surge cuando esa libertad (ilimitada) choca con la de los demás, cómo evitar entonces un permanente estado de guerra. No hay problema, en un estado natural, no mancillado por la civilización, hay una armonía que lo impide, los deseos de cada hombre, de alguna manera que no se especifica, se corresponden con los deseos de los demás, es el mito del buen salvaje, un estado ideal, arcádico, donde no pueden existir disputas puesto que esa libertad ilimitada de cada hombre opera de forma armónica, compatibilizando actitudes y deseos.

Alcanzar la libertad es recuperar ese estado de permanente armonía, si hay disputas hay coerciones, y por tanto el hombre no es libre.

En resumen, si la libertad es ilimitada, su detentador debe de ser un agente igualmente ilimitado: el pueblo.

Así el pueblo decide, sanciona, argumenta, y es en su seno donde la libertad de cada uno vuelve a ser ilimitada, la voluntad individual debe de coincidir con la voluntad del pueblo. Es la vuelta al estado arcádico. Pero quién es pueblo, quién es el que decide lo que decide el pueblo, quién es el que sanciona, y argumenta.

Palabras todas ellas huecas… y peligrosas

Esa “libertad” es una fantasmada. La libertad siempre es individual, y la responsabilidad también. En la realidad uno se ve inmerso en una red de deseos y voliciones propias y ajenas que acaban determinando la acción, hay un permanente estado de “conflicto”, o al menos de tensión nunca resuelto entre mi libertad y la del resto de las personas. La libertad, en el fondo, es una red causal donde intervienen deseos y situaciones, y donde nos vemos “obligados” a actuar compelidos por nuestras propias determinaciones pero también por determinaciones ajenas a nosotros.

Parcelar la libertad, es decir, distinguir aquello que pertenece a la esfera pública, las libertades políticas, de aquello que pertenece a la esfera individual, libertades personales, es la premisa básica en la que se fundamenta un régimen de libertades, y no en sancionar una libertad ilimitada detentada por un ente abstracto llamado “pueblo”.

El poder hincha. Hincha de manera ilimitada, desmesurada, causa flatulencias de imposible escape, y hace que quien tenga aspiraciones de poder omnímodo se infle, pretendiendo abarcar con su gordura esa imposible totalidad llamada pueblo.

Cualquiera que haya seguido a Hugo Chávez en los últimos años, y haya comprobado su irreprimible tendencia a la obesidad, puede dar fe de ello.

jueves, febrero 12, 2009

LA HERRUMBRE (O EL MOHO)


No hay poder al que o le afecte la corrupción; ni organización corrupta que no aspire al poder.

Hace ya algún tiempo discutía con un amigo las distintas diferencias en lo tocante a la corrupción que se podían establecer entre los dos grandes partidos, PSOE y PP. Coincidíamos en las diferencias grado (hasta la fecha), y en las formas, el PSOE había sido más zafio, el PP más sibilino. Al final nos consolábamos con una triste constatación: la corrupción es como la herrumbre (o el moho), es algo que inevitablemente termina apareciendo, de alguna u otra forma. Lo único que el ciudadano logra exigir es que no se note, que no supere cierto margen, que no apeste.

Triste consuelo, es cierto, pero fiel reflejo de una realidad política que tiene su propia dinámica, ajena a cualquier tipo de consideración moral.

Hay muchas formas de robar, toda una pléyade de modos y recursos que florecen al abrigo del poder, o mejor dicho, que florecen junto al poder, porque no resultan de una desnaturalización del poder, sino que forman parte de su propia esencia. Lord Acton ya lo expresó de forma lapidaria y no menos cierta:

“Power tends to corrupt, and absolute power corrupts absolutely”

Es evidente que meter la mano en la caja, robar de manera impune, o crear un chiringuito financiero dentro de la administración no es lo mismo que traficar con el cargo, mercadear favores en forma de jugosas comisiones, o favorecer con el dedo mágico del concurso público a amigos y benefactores de partido. No, no es lo mismo, al primero le sobra zafiedad, al segundo caradura, pero también es cierto que su aroma, por poco que uno aplique la nariz y no se le embote el olfato con la fidelidad partidista, es el mismo: el tufo de la mierda.

En España dos son las vías por las que tradicionalmente desaguan las aguas sucias de la corrupción política:

En primer lugar está la financiación de los partidos políticos, verdaderas estructuras funcionariales (sin oposición) que consiguen financiarse gracias al fraude, el mercadeo de influencias y la condonación de préstamos a cambio de favores. Uno, ingenuamente, podría pensar que una angélica ley de partidos ha quedado desbordada por la voracidad de la clase política, pero yo, que ya no tengo edad para ser ingenuo, opino que esa voraz y acomodada clase política se dotó de una ley a medida, que consagra la corrupción y el trapicheo como único medio de supervivencia de una casta, que de otro modo, no tendría lugar donde vegetar.

El otro río de aguas fecales es la inevitable política del suelo, en manos de los ayuntamientos. Ser concejal de urbanismo ha sido, durante muchos años, el puesto más preciado de cualquier ayuntamiento. Desde tenues redes de corruptelas que enriquecen lenta, pero seguramente, hasta pelotazos marbellíes o malayos que pretenden, con espectacularidad, exorcizar el nauseabundo negocio que afecta a todo el espectro político; sin excepción, todo.

Torrenteras de agua sucia bajan por esos dos canales, y se unen a los ya tradicionales que afectan a las casta política en todo el mundo. Es la política.

Guiseppe Carlo Marino, uno de los más famosos estudiosos del fenómeno de la mafia, señala que el cambio más espectacular producido en la mafia ha sido su paulatina trasformación de organización delictiva, en red difusa que permea la política y las finanzas. Siempre existirá esa mafia de padrinos, delincuencia y terror, pero una nueva mafia se ha ido abriendo camino, y ha sustituido la temible “lupara” siciliana, por el cuello blanco, la poltrona y el negocio corrupto.

Corrupción y poder; poder y corrupción.

Cacerías de complicidades culpables, es cierto; pero también cambalacheos con aspirantes a pijos que exhiben su banalidad (y sus bigotes). Conviene no olvidar ni lo uno ni lo otro.

Herrumbre, moho.

martes, febrero 10, 2009

AQUELARRES LINGÜISTICOS


Todo tiene un origen, hasta el más hipertrofiado monstruo tuvo su concepción. En este caso no hay que remontarse demasiado en el tiempo.

Mientras en Europa, y en sus hijos, los estados americanos, va abriéndose camino lentamente la noción moderna de “nación”, en la derrotada Alemania de las guerras napoleónicas el germen de una criatura monstruosa comienza a cobrar vida. Allí, en alemán, la bautizan con el nombre de Volksgeist.

Es adorada al comienzo por los románticos alemanes, que creen ver en ella la promesa de un nuevo renacimiento, pero cuando algunos lúcidos como Goethe abjuran de ella, ya es demasiado tarde, el germen se ha convertido en una criatura incontrolable que asola toda Europa.

Hacía pocos años que Johann G. Herder había dado forma erudita al regreso a la tribu. En 1784 escribe:

“El prejuicio es bueno en su tiempo, pues nos hace felices. Devuelve los pueblos a su centro, los vincula sólidamente a su origen los hace más florecientes de acuerdo con su carácter propio, más ardientes y por consiguiente también más felices en sus inclinaciones y sus objetivos. La nación más ignorante, la más repleta de prejuicios, es muchas veces, a este respecto, la primera”

La lengua se convierte en el vehículo con el cual regresar a la tribu primigenia, el nexo de unión con un pasado mítico, la gran madre que ve nacer a sus hijos a través del tiempo, y el cierre que protege de todo lo dañino.

Herder de nuevo:

“Sigamos nuestro propio camino… Dejemos que los hombres hablen bien o mal de nuestra nación, de nuestra literatura, de nuestra lengua: son nuestras, somos nosotros mismos, eso basta”

“Somos nosotros mismos, eso basta”. Ser uno mismo, recuperar la esencia perdida, una pureza mancillada, y quizá pisoteada, por el resto del mundo, replegarse en la propia particularidad… eso basta. Y no importan las críticas, lo que puedan decir el resto de los hombres, ellos no entienden, no saben… ellos no son de la tribu.

Esa “nación” de la que habla Herder no es, por supuesto, el concepto que quedó fijado por Siéyes en 1789, aquel al que se referían los vencedores de Valmy en 1792: el cuerpo de ciudadanos libres e iguales en derechos; sino ese magma primigenio que transciende el tiempo y los hombres, y en el cual todo adquiere sentido. Esa “nación” adquiere características divinas, teológicas, es el Volksgeist, el espíritu (o genio) del pueblo, la “raza” si se quiere, aquello que determina e identifica, el rasero merced al cual medir la “igualdad”. Los individuos ya no son iguales en derechos, sino iguales en tanto son parte de una colectividad que transciende el tiempo y la historia.

Naturalmente la lengua es el elemento identificativo de la colectividad, aquello que integra y excluye, lo que marca la diferencia y señala la frontera. Se ha de mantener pura y cristalina, se ha de “diferenciar” y permanecer incontaminada, pues contaminar a la lengua es mancillar a la “nación” (léase tribu) de la que es reflejo.

Evidentemente bajo este fondo metafísico elaborado desde principios del siglo XIX, late una precisa maquinaria de control político que reviste sus estructuras de esta mitología. El Estado se transforma en garante (cuando no en la misma emanación) de ese ser mítico, se identifica con él y acaba siendo incontestado. Es también el agente que uniformiza, homologa y homogeniza la sociedad; elimina los elementos discordantes, lima individualidades que no caben en esa colectividad, anula libertades individuales frente a las colectivas… Y tiene el campo libre para el pillaje y el poder absoluto.

Pero también es posible el camino inverso, organizaciones y estructuras con vocación omnímoda de poder pueden recurrir a la mitología del Volksgeist para justificar sus acciones, y así se inventan historias, lenguas, identidades nacionales y hechos diferenciales. Es la fácil apelación a los instintos básicos de la tribu, de cualquier tribu, real o ficticia.

La vuelta a los instintos reptilianos.

El nacionalismo es eso, mitología barata y poder desmesurado.

(Publica pirx AKA fermat)

domingo, febrero 08, 2009

MUERTES DIGNAS

Dijo André Malraux en una ocasión que: “ante un hombre que tiene la firmeza de matarse no cabe otro sentimiento que el respeto”.

También le preguntaron, supongo que algún iletrado periodista, qué opinaba sobre el “derecho” al suicidio, Malraux, sorprendido ante semejante estupidez, respondió con desdén: “el suicidio no es ningún derecho, es una potestad”

El pasado viernes se decidió dejar de alimentar a Eluana Englaro por la sonda nasogástrica que la mantenía con vida desde 1992, su padre había declarado en repetidas ocasiones que la situación legal, y clínica, de su hija era de: “tortura inhumana”, y que con su decisión de apelar a los tribunales no hacía otra cosa que “respetar a la voluntad de su hija”.

No entraré en el caso de Eluana Englaro, que no conozco lo suficiente, ni mucho menos en los sentimientos de dolor de su padre, que apenas puedo imaginármelos; pero sí hablaré de las estupideces que, como siempre, se suelen decir en estos casos, y que a mí, como a Malraux, también sorprenden y cuesta no responder con desdén.

Como bien dice Malraux, ningún sistema legal, ni ningún código moral, es capaz invadir una esfera de la vida que solo al individuo compete, el suicidio no es ningún derecho, no es nada que un sistema legal pueda otorgarme ni autorizarme, es una potestad que solo a mi me incumbe, solo yo soy responsable, y sólo yo puedo hacer uso de ella.

Lo que causa más pavor en el suicidio, no es la muerte; la muerte es el límite, no es la vida, pero pertenece de forma inextricable a “mi vida”, y esa es la única posesión que nadie puede arrebatar. Lo verdaderamente terrible en el suicidio es el absoluto fracaso y la derrota que lo envuelve. El suicidio, hablo siempre del suicidio voluntario y consciente, aquel que no es fruto de alguna psicopatología, confronta al individuo con una soledad terminal, la decisión de llevarlo a cabo es el último acto libre que un individuo puede realizar, algo que de ninguna manera puede ser enajenado, pero su realización es la evidencia de un fracaso que destruye al propio individuo como agente autónomo, y que le priva, por tanto, de su más preciada posesión, su libertad.

Lo verdaderamente terrible del suicidio es saberse poseedor de esa certidumbre, y a pesar de todo llevarlo a cabo. Como bien dice Malraux, ante un hombre que tiene la firmeza de matarse, solo cabe el respeto… y el silencio.

Pero la pregunta que surge en casos como el de Eluana es la siguiente: ¿por qué se habla de suicidio cuando lo que está en juego es otra cosa? ¿Por qué confundimos suicidio con “eutanasia”?

“Eutanasia”, recurro al diccionario (RAE): en su segunda acepción aparece el significado etimológico: muerte sin sufrimiento, buena muerte. Sin embargo me interesa más la primera acepción: Acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él”.

No es por tanto suicidio. La eutanasia trataría en todo caso de aliviar una situación inevitable, acelerar la muerte evitando sufrimientos innecesarios al paciente. Evitar un dolor, el del paciente, en unos momentos en los que desarrollo natural de los acontecimientos no pueden llevar a otro lugar sino a la muerte.

La eutanasia implica evitar el encarnizamiento terapéutico, no mantener las funciones vitales de forma artificial y tratar de que el dolor físico se reduzca en la medida de lo posible. La eutanasia trata de mitigar el sufrimiento, el del paciente, en el último tramo de la vida.

En este sentido, la eutanasia no es suicidio, ni si quiera suicidio asistido.

¿Pero donde están los límites? ¿Quién decide?

Que existen límites es evidente que los hay, encarnizamiento terapéutico no es lo mismo que “desconectar a un paciente”, y desde luego, sufrimiento no es lo mismo que “estado vegetativo”. Es cierto que los límites son imprecisos, el margen en algunos casos puede ser ancho, y es de hecho lo que hace que la cuestión sea compleja. Lo que nos lleva a la cuestión capital, ¿quién decide?

La autentica aberración en estos casos es apropiarse de una potestad que solo al individuo compete. Nadie, ni un Estado, ni la familia, ni sacerdotes de hábito negro o bata blanca, tienen el más mínimo derecho a decidir una cuestión que está situada en la esfera más inviolable de la persona. Morir o vivir es una decisión que toma el individuo y solo él.

Hasta cuándo, cómo, y de qué manera, pertenecen a esa potestad de la que hablaba Malraux, y potestad, como indica su significado, implica dominio y no puede ser enajenada, apropiársela equivale a destruir a la propia persona.

Nadie puede imponer la muerte, ni decretar, desde la autoridad que le confiere una bata blanca, qué eso de una vida o una muerte “digna”; pero es igual de de perverso imponer la vida a quien no la desea, a quien ha decidido, voluntariamente y en pleno uso de sus facultades, decir “hasta aquí”. Me producen autentica náusea aquellos que desde pedestales burocráticos o púlpitos religiosos se abrogan potestades que no les pertenecen, roban y rapiñan como buitres lo único que el individuo no puede dejarse arrebatar sin dejar de ser: su vida, su muerte.

La auténtica tragedia del caso Eluana, al menos para quien lo vive desde fuera, es que nadie, ni su padre, ni los médicos y jueces que han tomado la decisión de dejar de alimentarla, ni tampoco aquellos que tratan desesperadamente de evitarlo; nadie sabrá cual es el autentico deseo de Eluana. A Eluana no le habrán arrebatado la vida, sino una potestad que solo a ella pertenece, y que quizá perdiera en su día en un accidente, pero quién puede asegurarlo.

(Publica pirx, AKA, fermat)

lunes, enero 19, 2009

LA GUERRA ETERNA

Me he quedado estupefacto al oir a Cecill B de Mille en el prólogo de "Los diez Mandamientos".
Lo que dice tiene tantas lecturas que apenas basta una sola lengua para explicarlas todas. Para empezar y a bote pronto, explica porqué la guerra de Gaza, tan cerca de Egipto que se confunde, será eterna; porqué siempre son los judíos en la historia los que están (cómo se traducirá ésto al ingles) y porqué la libertad sólo se justifica finalmente como algo divino, como algo tan esencial del hombre que en ella se descubre a Dios.


Mejor, él mismo:

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sábado, enero 17, 2009

ANALISIS LOGICO

La Lógica es una ciencia humilde, y también bastante quisquillosa, aunque en la actualidad se ha diversificado en un buen número de especialidades bastante complejas: lógica matemática, lógica modal, lógica difusa… Es también una ciencia curiosa, no tiene contenido alguno, su objeto de estudio son las formas válidas de inferencia, y en última instancia el análisis de lo que decimos y de cómo lo decimos. Su uso quedará justificado si logramos identificar falacias y razonamientos incorrectos que entorpecen, y hasta nublan el entendimiento. Aunque siempre me he caracterizado por tener un entendimiento más nublado que el mismísimo Alonso Quijano, yo la suelo usar a veces, más como penitencia que como arma. En cualquier caso, y como todo el mundo sabe, el error del loco no está en la lógica, sino en las premisas.

Estos últimos días, cansado de tanta estupidez y mendacidad, tanto en la política internacional como en la nacional (aunque esto último es ya una obviedad) he pensado en aplicar el análisis lógico a un tema de enjundia: Dios. Ahí queda eso.

Desde este lunes circula por Barcelona un anuncio pagado y adherido a un autobús municipal con un curioso mensaje. Próximamente lo hará por las principales ciudades españolas, de manera que me ha parecido pertinente analizarlo. Dicho sea de paso, no tengo nada en contra de que particulares paguen por anunciar lo que quieran en un lugar habilitado a tal efecto, vivo en una ciudad, y suelo ver centenares de anuncios, grafitis, pintadas y toda suerte de casquería gráfica de la que al final del día no recuerdo absolutamente nada, cada cual es libre de gritar lo que sea, yo también de hacer caso.

La frase es la siguiente:

“Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”

Bien, dejando al margen la lamentable tipografía usada por el diseñador, que justificaría por sí sola un apaleamiento público, o incluso su asistencia obligada a un examen oftalmológico; hay que decir en primer lugar que la frase es fruto de una mala traducción (interesada o no) de una campaña similar llevada a cabo en Londres hace algún tiempo, por la Britsh Humanist Association. La frase original, igualmente perpetrada con el mismo estilo ajeno a cualquier gusto cromático (tiemblo al pensar cómo irá vestido semejante individuo, o individua), reza así:

“There’s probably no God. Now stop worrying and enjoy your life”

Cuya correcta traducción al español sería:

“Probablemente no hay ningún Dios. Así que deja de preocuparte y disfruta de tu vida”

El lector podrá sin duda decir que soy un quisquilloso, pero ya he dicho que estoy haciendo un análisis lógico. ¿Qué diferencia puede haber entre “probablemente Dios no existe” y “probablemente no hay ningún Dios”?

No entraré en la complicada relación semántica entre existir y haber, pero es evidente que afirmar que “Dios no existe” no es lo mismo que afirmar que “no existe ningún Dios”. El adverbio lo cambia todo. Apostillando el cuantificador universal “ningún” afirmamos que no existe dios alguno, sea cual sea su determinación en las diversas creencias religiosas, monoteístas o politeístas, presentes o futuras. Sin embargo “Dios no existe” remite sin duda a la realización concreta que, por el contexto, es la que mayoritariamente domina en el lugar donde se exhibe el mensaje. Si la Unión de Ateos y Librepensadores, organización que paga el anuncio, quisiera copiar no solo el estilo, sino más aún, el contenido de la campaña de Britsh Humanist Association, debería fletar autobuses con distintos mensajes donde se leyera, por ejemplo: “Probablemente no existe Alah”, “Probablemente no existe Brahma, ni Shiva, ni Vishnu, ni mucho menos Krishna”, “Probablemente los Orixás no existen”, “Probablemente Buda murió y se acabó”, “Probablemente no existen lo espíritus, malignos o benignos, ni los íncubos o los súcubos”… Recomiendo, sin embargo, que envuelvan toda esta multiplicidad en la acertada expresión: “probablemente no hay ningún dios”, de esta forma no solo su bolsillo, sino sobre todo su integridad física (y la del autobús), se verá salvaguardada.

Vayamos a la probabilidad. Los anunciantes se guardan en salud, dejan un resquicio a la posibilidad de que exista Dios. Sin embargo la probabilidad es un tema esquivo y complicado (más de lo que mucha gente se imagina), en la mayoría de los casos es una magnitud no computable, solo podemos cuantificarla en situaciones muy concretas y controladas, de manera que hacer inferencias basándose en premisas que contengan un concepto tan vago como “lo probable “, es igualmente vago. Quizá los anunciantes hubieran querido decir “Dios no existe, así que…”, es lo que les pide el cuerpo, pero haciendo esa concesión tratan de dar verosimilitud a su deducción, sin embargo ésta es al contrario taxativa: “Deja de preocuoparte…”.

Todo el meollo de la cuestión descansa en la validez de la proposición:

“Si Dios (probablemente) no existe, entonces la gente deja de preocuparse y disfruta de la vida”

Afirmando que “Dios no existe” basta aplicar la regla del modus ponens para obtener la conclusión: “deja de preocuparte y disfruta de la vida”

Así pues preguntémonos por la validez de la proposición arriba citada. Que yo sepa la gente deja de preocuparse por muchas cosas al margen de que Dios exista o no, y por supuesto, para disfrutar de la vida solo hay que deber una lata de Coca-Cola, o acudir a una reunión de amigos del flower-power. Pero no nos preguntamos por la necesidad sino por la suficiencia. ¿Es cierto que si Dios no existe la gente deja de preocuparse, y hasta disfruta de la vida? Mucho me temo que habrá gente que lejos de dejar de preocuparse se sentirán bastante preocupados (e incluso acongojados y agobiados), en cuanto a disfrutar de la vida… de qué vida hablamos, ¿de la hipoteca, los niños, el atasco de por las mañanas…? ¿O es acaso esa vida que nos prometen en el anuncio de una inmobiliaria? Es por tanto una proposición no solo incierta sino vaga.

Comparemos la campaña de la Unión de Ateos y Librepensadores con el rápido contragolpe (igualmente motorizado) que ha perpetrado una organización evangélica:

“Dios sí existe. Disfruta de la vida en Cristo”

Ahí es nada. Ni suposiciones, ni probabilidades, ni dudas… Dios existe y se acabó. Apuestan fuerte sin duda. La proposición que nos presentan, lejos de ser una afirmación con contenido significativo, se acerca bastante a la tautología, o al menos a la obviedad casi circular, ¿o acaso si Dios existe no sería posible “una vida en Cristo”?; y esto último, ¿no supone la existencia de Dios? Dice poco, y mucho menos es contrastable. Eso sí, cumple con todos los cánones del anuncio publicitario: directo, fácil, y apuntando con claridad a un target específico, que no son otros que ellos mismos.

Restan hacer dos consideraciones de fondo. La primera es el autentico diálogo de sordos que suponen estos aparentemente significativos mensajes. Yo grito, tú gritas, no nos oímos y nadie nos escucha. Esto es algo que no me preocupa, allá cada cual con su dinero.

La segunda consideración es más preocupante. Existe en España una restrictiva legislación que persigue y prohíbe la publicidad engañosa. Nadie puede ir anunciando algo que pueda engañar al incauto consumidor, así que me pregunto qué están haciendo las autoridades competentes al respecto. Qué puede hacer el consumidor, indefenso ante tales abusos que tratan de influenciarle de forma tan descarada, anunciando productos (la felicidad o Dios) cuya realidad es menos segura que un paquete de bonos de Madoff Securities.

Uno cree en lo que cree, o mejor dicho, no cree en lo que no cree y no anda anunciándolo por ahí, y mucho menos con insoportables tonos rosa chicle.

(Publica prix AKA fermat)