Hacía tiempo que no había visto nada igual. Bastó sólo un gesto de furia para ver derribadas cosas que muchos creen inamovibles. Durante unos segundos yo también quise tener una maza en mis manos, y ayudar a ese hombre, estaba completamente solo.
Primero la emprendió con los cristales de la puerta, apenas le bastaron unos segundos. En ese punto ya daba igual pararse o seguir con la terea… de manera que continuó.
Se introdujo en el interior, y con la maza en la mano la emprendió contra todo lo que vio. No son momentos para ser selectivo y elegir, sabía que en pocos minutos iba a llegar la policía así que convenía darse prisa, no para escapar, nunca tuvo esa intención, sino para terminar cuanto antes.
Se agolparon vecinos, algunos sorprendidos, otros indignados, indiferentes, o asustados ante lo que podía ocurrir. En el interior se oía el escándalo de los objetos destruidos.
Él continuaba.
Sabía que era indiferente que parara o causara el mayor destrozo posible, era ya alguien maldito, sabía, de la misma manera que todos los que observaban, que desde el momento que rompió el primer cristal ya no podría vivir allí, en su pueblo. Sabía que iba a estar en el punto de mira de los asesinos. Así que continuó.
Al cabo de unos minutos llegó la policía… llegaron varios coches patrulla, como si hubiera habido un atraco con rehenes. Días antes, en una manifestación ilegal, en la que los asesinos se enseñorearon, como siempre, apenas aparecieron un puñado de agentes, miraron y no hicieron nada.
Uno, dos, tres, cuatro, hasta seis policías. Momento heroico. Momento de gloria. Qué rapidez, qué eficiencia. Hay que proteger el mobiliario urbano, y la propiedad.
No hizo falta ejecutar un gran despliegue logístico para detener al hombre, él mismo se entregó. No tenía intención de escapar… Ni de herir a nadie.
Mientras le cacheaban (claro que le cachearon, las cámaras estaban delante), una expresión de rabia y dolor crispaba su rostro
-Lo siento por mis padres –decía-. Lo siento por ellos.
Intentaba explicar los motivos que le habían llevado a emprenderla a mazazos contra una herriko taberna
-Yo solo soy un trabajador… ellos me han reventado mi casa
Los seis policías (los seis), con la cara cubierta por pasamontañas se llevaron al “hombre de la maza” esposado.
Él iba a cara descubierta. Todo el mundo le vio.
La Casa del Pueblo del PSOE, en la que los terroristas detonaron una bomba el día anterior, estaba cerca de su domicilio, los daños causados por la explosión destrozaron su casa, el empeño de toda su vida. Algunos de los que frecuentaban la herriko taberna lo encontraron gracioso, se rieron.
Luego llegan las inevitables declaraciones, los comentarios, las columnas, las valoraciones. Políticos y palmeros en campaña:
Que si hay que entender sus sentimientos pero… Que si no hay que compartir los medios violentos… Que el pobre hombre estaba ofuscado… Que a pesar de todo no hay que apoyarle… Que si la violencia no conduce a ningún lugar… Que si el ojo por ojo… Que si lo de la justicia por su mano…
Y todos se la cogen con papel de fumar. Todos.
En el País Vasco no hay justicia, no hay estado de derecho. Solo hay miedo.
El “hombre de la maza” puso las cosas en su sitio.
El “hombre de la maza” descargó un mazazo contra la justicia miope, contra los políticos culpables, contra los cómplices satisfechos, contra esa podredumbre que afecta a una sociedad que no quiere ver, que prefiere callar, o mirar a otra parte. Y sobre todo, contra esos que encuentran gracioso lo que le ocurrió al “hombre de la maza”, los que han hecho de muchos lugares del País Vasco su coto privado, su dominio de mafiosos.
Luego, le acusaban de “fascista”, en una concentración coreografiada, con consignas aprendidas y pancartas iguales fabricadas para la ocasión. Los fascistas llamaban “fascista” al “hombre de la maza”. Se ofenden cuando son otros los que usan una maza. Para defenderse.
Es la dictadura del miedo, solo ellos llevan maza, y pistolas, y explosivos. Y deciden quién debe morir.
Yo hubiera querido tener otra maza. Lo que no sé es lo que hubiera hecho, no sé si hubiera tenido la suficiente valentía como para ayudarle (él estaba solo), o si hubiera acabado por ser tan cobarde como para pasar por su lado y hacer como si nada estuviera pasando.
En el País Vasco nunca pasa nada. Hasta que a alguien se le ocurre coger una maza… y dejar las cosa claras.