"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"
A.Tocqueville, "La Democracia en América"
lunes, noviembre 30, 2009
"Politiqués"
“Sé que sigue siendo posible un camino de entendimiento […] y defiendo la Constitución y defiendo el Estatuto, y defiendo el contenido del Estatuto porque así lo votó el pueblo de Cataluña, y por supuesto he dicho lo que he dicho y también he dicho otras cosas, como por ejemplo que no vamos a renunciar nada de lo que recoge el Estatuto.”
(José Montilla. Presidente de la Generalitat de Cataluña. 30/11/09)
Montilla dixit. Todo un logro, acertó a decir un par de frases sin balbucear.
No, desde luego, el “politiqués” ya no es no que era. Sería fácil cargar las tintas con el “florentino” Montilla (florentino por lo que tiene de apuñalador), pero es evidente que el “politiqués”, la jerga política, ha terminado por degradarse hasta extremos lamentables.
Llegó a ser un arte, una sutil forma de no decir nada, de dejar claro un sobreentendido sin mencionarlo, de mostrar lo que se piensa diciendo lo contrario, de callar perorando, de gritar callando, incluso de contradecirse con ironía. Maquiavelo y Gracián, dos maestros que deberían ser leídos.
Hoy sin embargo el “politiqués” es poco menos que una lengua muerta. Una necia jerga que aprende el político como un autómata, viciada, repleta de lugares comunes y obviedades, una papilla que toma por discurso y que incluso se filtra a través de todo su ser haciendo que su propio equipaje intelectual quede reducido a eso. Un político es una caricatura, como su lenguaje.
Ni “príncipe” ni “discreto”. Montilla exhibe con su jerga lo que es, una cáscara huera con aires, una mediocre nulidad que se aferra a su sillón, y que cuando nota que le pueden empujar, amenaza.
Ha dicho lo que ha dicho, y también ha dicho otras cosas.
Valencia 30 de noviembre. Un viento gélido capaz de helar sonrisas idiotas. La cara del contribuyente.
domingo, noviembre 29, 2009
La Farsa
En marzo de 2008 escribía lo siguiente:
“Las democracias se corrompen no por dejación de los ciudadanos a la hora de votar, sino por la pretensión de unos y de otros de ver en ese tipo de ficciones algo más que una comedia necesaria. Es decir, cuando unos y otros, votantes y representantes, acaban creyéndose aquellos papeles que la ficción ofrece. Y así unos se creen representantes auténticos de voluntades populares que jamás se equivocan, y se pretenden a salvo de cualquier control ciudadano; y otros, que no existe más verdad que la mayoritaria, pudiendo así despreciar y obviar opiniones y actitudes que son minoritarias. No hay mayor estupidez que creer una farsa, pretender seguir actuando cuando el telón ha caído. Y este tipo de estupideces nunca salen gratis, acaban abriendo las puertas al populismo y la servidumbre.”
Resulta extraño leerse después de tanto tiempo, analizar lo que uno dijo (o escribió) a la luz de los acontecimientos, siempre imprevistos aunque ya se entrevieran. Es cierto, por muy previsible que el fututo pueda ser siempre acaba por sorprender, como le sorprende el predador a la presa.
Hablamos de farsa, de estupidez o de interés. Hay farsa, desde luego, farsa consentida y representada. También estupidez, la estupidez de la repetición, de la credulidad simplona, y sobre todo hay interés. Pero a menudo farsa, estupidez e interés se mezclan en una misma cosa, es el contexto, el sobreentendido.
Es lo que hace a unos seguir representado papeles en los no creen, a otros en empeñarse en no despojarse de los harapos de actores de reparto pese a que la función hace tiempo que ya terminó, y al resto a aprovecharse de la situación. Pero nadie termina por abandonar el proscenio, unos por fingida ironía, otros por verdadera estupidez, y los últimos por evidente interés.
Nuestro contexto es algo que yace muerto, apagadas las luces, vacías las butacas, el proscenio sigue repleto de actores, tramoyistas, apuntadores, y tipos que andan de acá para allá mirando. Unos, prestos a salir pitando con la recaudación, esperan un momento a embolsarse un euro más, otros perdidos y cegados por las luces seguirán declamando como imbéciles en medio de la nada, algunos, los últimos, se encargarán de apagar las luces, y levantar acta.
Ese contexto alguna gente lo llama Constitución del 78.
Quizá sea una terea inútil intentar entender ese contexto, o no, quién sabe.
Hace meses decidí callar, refugiarme en paraísos privados, escribir (ya sólo para mí), y asistir con la mayor dignidad posible al un colapso que creí inevitable.
Volver a escribir de manera pública no añadirá nada, lo sé, pero será al menos una forma de ordenar ideas, nada más.
Valencia, 29 de noviembre. Cielo plomizo y una fina pátina de lluvia gris que ha lamido las calles. Un asco.