"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"

A.Tocqueville, "La Democracia en América"

jueves, enero 31, 2008

Limpieza

(Día diecisiete)

Alguien quizá piense que a estas alturas puede resultar ocioso, o quizá mera curiosidad histórica seguir interesándome por ese fenómeno que ha definido al siglo XX: la aparición de los totalitarismos. Que seguir leyendo cosas sobre el fenómeno totalitario no deja de ser una ocupación algo desfasada, al fin y al cabo los regímenes comunistas hace ya tiempo que cayeron, el III Reich forma parte de la Historia, y Pyonyiang y La Habana, pese a lo cercano que nos pueda tocar alguna de ellas, no dejan de ser más que anécdotas. Nuevas amenazas se ciernen, algunas de ellas, como el yihhadismo, quedan incluso fuera de la categoría de lo político. Pero me resisto a considerar el totalitarismo –tal y como se ha entendido en el pasado siglo XX- como algo desfasado, y mucho menos “superado”. El totalitarismo, dejando de lado sus realizaciones concretas (nazismo, comunismo) es –sobre todo- un modo de pensar, de actuar, de entender la política y el poder. Está todavía presente en muchas actitudes, se filtra en el lenguaje, en las relaciones políticas; y está siempre presto a salir a la superficie, disfrazado, eso sí, con los más diversos ropajes, incluso con los que le puede prestar un Estado democrático, de manera que las más abyectas actitudes totalitarias quedan así camufladas –y obviadas- dejando que sus efectos se asuman con normalidad. Creo que es necesario conocer el fenómeno, descubrir -a menudo entre líneas- su perversa sombra, y denunciar siempre su aparición. Si el totalitarismo nunca acabó de irse, quizá sea porque siempre ha estado presente, y no sea una curiosidad histórica, sino algo consustancial a la política.

Se cumplía hace unos pocos días el aniversario de la liberación del campo de Auchswitz, día en el que conmemora la Shoah. Nunca, recordar un acontecimiento resulta tan necesario, la memoria es olvidadiza y selectiva, y acontecimientos como la conmemoración del día de la Shoah, deben servir para que la verdad histórica vigile de cerca a esa “memoria” de la que algunos han desterrado u obviado acontecimientos tan terribles como el asesinato de seis millones de judíos europeos a manos de europeos. Las bibliotecas están repletas de libros que han analizado el fenómeno desde los más variados puntos de vista, pero hay un aspecto que no deberíamos perder de vista jamás: existe un camino que lleva a Auschwitz. Podríamos discutir cual fue el origen, o los distintos meandros por los que discurrió, pero la Shoah tuvo sus causas, sus responsables, y por supuesto sus víctimas. No deberíamos pensar en la Shoah como si de una catástrofe natural se tratara, un trágico acontecimiento que ocurrió y del que sólo cabe lamentarse; o como si hubiera sido la obra de un loco demente, no fue ni lo uno ni lo otro. Ese camino es nítido y preciso, y está embaldosado de actitudes, decisiones y omisiones concretas e identificables; es un proceso que se puede analizar y fechar, que tuvo su origen a finales del siglo XIX y que cristalizó, atravesando varias fases, en el asesinato masivo de la población judía europea; no ocurrió de improviso, se fue gestando de manera paulatina, algunos lo vieron venir con prontitud pero poca gente les hizo caso. Tuvo sus responsables, en distinto grado: unos tomaros las decisiones, otros las llevaron a cabo, otros las jalearon, y muchos miraron hacia otra parte; pero lo que no hay que olvidar jamás es que la Shoah fue un proceso, que tuvo sus responsables, y que pudo haber sido detenido en varios momentos. No lo fue.

A menudo se comente la tentación de hablar de la Shoah como si sólo hubiera sido Asuchwitz, olvidando todo ese camino que lo hizo posible. Uno de los aspectos centrales del mismo, y al mismo tiempo uno de los signos definitorios de las actitudes totalitarias, es la paulatina visión del “otro” (esa entidad mistificada y necesaria en los totalitarismos), en este caso, del judío, como elemento ajeno, extraño y sobre todo dañino al cuerpo social. Hay un proceso de deshumanización que comienza en la persona y termina en el germen patógeno, algo de lo que es necesario defenderse, apartarse y llegado el caso exterminar. En el caso de los judíos europeos este proceso es clarísimo, reforzado además por las connotaciones explícitamente raciales del nazismo. El judío -siempre se habla de él como colectividad, y ahí está el primer signo de deshumanización-, es dañino, un elemento que contamina y corrompe a la sociedad; se le puede entonces apartar, segregar, es casi una medida de profilaxis; de ahí a la perdida de la condición ciudadana no hay más que un formalismo legal; pero la maldad del judío es inherente a él, no basta con apartarle, hay que identificarle, señalarle e impedir así que vuelva a contaminar a la sociedad, y por supuesto obligarle a ello; no siendo ciudadanos, ni compatriotas, estando señalados y desposeídos de derechos, se pueden tomas ciertas licencias, porqué permitir que ocupen nuestros trabajos, nuestro pisos, nuestra tierra, por qué permitirles que anden por nuestras calles y toquen nuestras mercancías, nuestro dinero, si son tan dañinos por qué permitir que estén cerca de nosotros, las metáforas biológicas siempre están presentes: son una plaga, una epidemia… como si fueran ratas, o cucarachas; hay que reunirlos a todos e impedirles que se infiltren en la sociedad; se les encierra en guetos, se les impide salir; la ideología se alía con la contabilidad y la eficiencia logística, por qué no tres guetos, o dos, o uno sólo, “el problema judío” acabó siendo un problema logístico que no gestionaba personas sino cosas; de ahí al exterminio no bastó más que una situación de guerra exterior, y ya no se habla de asesinato sino de “solución final” (Diciembre de 1941, Conferencia de Wansee). Tras la deportación y la reclusión en guetos los gestores del genocidio declaraban a un determinado territorio como judenrein, literalmente “libre de judíos”. Los territorios se limpian, se barren… metáforas higienistas que revelan intenciones: el territorio se limpia de la suciedad, de lo dañino… y la suciedad hay que eliminarla. Palabras que resuenan de nuevo casi en los mismos términos: “limpieza étnica”.

Me gusta citar a Viktor Klemperer, su análisis como judío alemán que vivió todo el periodo de ascenso y caída del régimen nazi (su matrimonio con una “aria”, que no quiso divorciarse lo salvó de la deportación, aunque siempre pesó esa amenaza), es uno de los más conmovedores y lúcidos que se han hecho del totalitarismo. Era filólogo, profesor en la Universidad de Dresde hasta que le impidieron continuar enseñando, y describió con precisión la forma en que las actitudes totalitarias acaban filtrándose en la sociedad. Como buen filólogo hizo notar un fenómeno importante: el lenguaje no es neutral, ni inocente. Se dio cuenta de que antes de que la ideología nazi fuera aceptada, la gente adoptaba el lenguaje y la forma de hablar de los nazis, incluso entre aquellos que se oponían al régimen y lo criticaban. Por ejemplo, había personas que criticaban la postura de las autoridades respecto al “problema judío”, como si hubiera habido alguna vez un “problema judío”. Para Klemperer, rota esa primera línea de defensa, poco cabía hacer, era una cuestión de tiempo.

El lenguaje nunca es inocente. Nunca.

Actitudes totalitarias que se incuban, se filtran y se revisten con los ropajes de la democracia y la libertad. De forma más o menos consciente.

“Si Esquerra Republicana dobla los resultados del Partido Popular haremos posible no sólo que Esquerra pueda consolidar su segundo diputado en Girona sino aquello que Esquerra hizo posible hace cuatro años, que es que Gerona sea un territorio liberado, que sea históricamente una demarcación en la que la izquierda catalana haga imposible la presencia de la derecha española más rancia en representación y en nombre de Gerona”. Y añade: “ahora Gerona es un territorio libre del PP”

Carme Chacón (se pronuncia karma, el apellido es igual de español que el de todos los Chacones). Candidata del PSC y Ministra de Vivienda. Enero 2008.

Se incuban, se filtran… y acaban saliendo, como sea.

(Publica pirx, AKA fermat)

2 comentarios:

pacobetis dijo...

Se que no es el lugar más apropiado para ello pero el caso es que por fin he podido terminar de montar todos los vídeos del espectacular viaje que me he pegado por Israel. He disfrutado como un niño chico y estoy deseando volver. Y muy a propósito del tema es la visita a Yad Vashem. Sobrecogedor.
He hecho un apéndice de mi blog en el que cuento todo lo que hice y vi con enlaces a los vídeos que he colgado en youtube:
http://mi-viaje-a-israel.blogspot.com/
saludos

QRM dijo...

Recientemente, los del BNG se han negado a condenar el Holocausto con la excusa de que al mismo tiempo querían una condena de Israel, por lo que hace con los Palestinos.
Sólo aludir en la misma frase a ambos asuntos da asco, pero lo que más asusta es el sutil racismo que subyace en el razonamiento, y del que no parece darse cuenta el BNG ni en general la izquierda en España, que comparte el mismo razonamiento: Aún aceptando la gigantesca trola de que la autodefensa de Israel tenga la más mínima similitud con un genocidio como el de la Shoa, lo que aterra es que nada tendrían que ver los que según ellos matan inocentes palestinos con los que fueron asesinados por los Nazis. Parece que eso no les importa. Condicionarían la solidaridad con un supuesto abuelo gaseado en Treblinka a la condena del militar de Haifa que dispara contra el terrorista. Es una culpa colectiva, de los judíos en general, una culpa de la raza.
Los niños del gheto de varsovia no merecen solidaridad ni recuerdo, aunque nada tengan que ver con los que invadieron la Beká, más que ser como ellos judíos.
Estos nazis de nuevo cuño desconocen la individualidad del ser humano, la libertad y la empatía con cada víctima aisladamente considerada. En el fondo y en la superficie son iguales a los de hace setenta años. Y merecen el mismo trato.
Además, su relación con la verdad es igual de problemática.
Hay que ir a por ellos y no pasar ni una.