"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"

A.Tocqueville, "La Democracia en América"

martes, abril 08, 2008

Impredecible

Aquellos que el 19 de octubre de 1987, lunes, se dirigían a sus puestos de trabajo en los bancos y agencias de inversiones cercanos a Wall Street, muy temprano, como siempre, quizá se empaparían antes de comenzar su jornada de las últimas noticias que se cocían en el epicentro económico mundial, darían un repaso rápido al cierre de la bolsa de Tokio, comenzarían a llamar a sus clientes y agentes de bolsa, y tendrían todo listo para la apertura de la bolsa de Nueva York a las nueve en punto, iba a ser un día normal, nada parecía indicar que pasara algo especialmente importante, la semana anterior no había sido buena pero eran fluctuaciones normales del mercado: el ajetreo de todos los lunes. Tan sólo unas horas después Wall Street era un autentico infierno. La bolsa se desplomó al final del día un 22,6%, la mayor caída en la historia. Aquellos que fueron testigos de lo que pasó cuentan escenas que jamás olvidarán: ataques de pánico, gritos, brokers desesperados rompiendo teléfonos y monitores, tipos rezando a Dios frente a una pantalla de cotizaciones, altos ejecutivos de bancos de inversiones llorando como niños por los pasillos… Fue el súbito final de los Masters of the Universe, aquella clase de ávidos yuppies que con tanta ironía supo reflejar Tom Wolfe en su magistral La Hoguera de las Vanidades. Pero claro, no supuso el fin del mundo. Poco después de ese lunes de octubre, regimientos enteros de analistas financieros y economistas desgranaban con elocuencia y autoridad las causas de tan inesperado “crack” (o crash). Oyéndoles pereciera que no podía haber sucedido otra cosa, que lo que ocurrió el 19 de octubre era algo inevitable, un destino manifiesto que pudo haber pasado cualquier otro día, ahí estaban las pruebas: que si el déficit, que si la volatilidad, que si el repunte de los tipos… Pero nadie advirtió de lo que podía pasar, hasta que sucedió. Lo único cierto es que ese día la bolsa se desplomó, por una infinidad de causas que ni siquiera llegamos a imaginar, muchas de ellas completamente contingentes. Fue un suceso aleatorio.

¿Cuál es el valor de lo aleatorio, de lo impredecible? Es en los mercados un ingrediente esencial, por más que economistas y especialistas intenten enmascararlo con sesudos (e inútiles) análisis a posteriori y profecías autocumplidas, pero ¿y en la política? ¿Y en la vida? Es desde luego un elemento incómodo, difícil de manejar y de integrar en nuestras concepciones, por ello solemos arrinconarlo, despreciarlo o explicarlo con todo tipo de teorías y modelos una vez ha pasado.

Para Hegel y Marx, lo aleatorio no existe, la Historia sigue el camino imperturbable que señala esa dialéctica que marca el ritmo de los acontecimientos, y que termina resolviéndose en un final previsible e inamovible. La Historia como camino definido, predecible, y el signo de los tiempos como corriente que lo arrastra todo ha estado presente en el pensamiento político y social en los dos últimos siglos, va siendo hora de reivindicar justo lo contrario. Tolstoi escribió una de las mayores obras de la literatura de todos los tiempos, Guerra y Paz, para ilustrar ese fenómeno: nada de lo que decidiera Napoleón en Borodino iba a cambiar su destino, todos eran marionetas de una corriente histórica que los arrastraba, al emperador, al zar, y a los que combatieron en aquellas batallas. A los teóricos comunistas no les importaba morir en los campos de concentración o en el GULAG, sabían que nada de lo que hicieran los hombres cambiaría lo que el destino tenía previsto para la clase obrera. La idea de un futuro predecible, y de alguna manera esbozado en el presente, ha permeado el pensamiento político a derecha e izquierda. Pero es una imagen que no se ajusta a la realidad: la historia corre hacia el futuro, y el conocimiento hacia el pasado. Lo cual no quiere decir que los acontecimiento históricos no tengan sus causas, simplemente sucede que muchas de ellas ni si quiera somos capaces de entreverlas a priori (y a veces ni siquiera a posteriori). Surgen así las ideologías, un modelo preciso que proporciona una explicación de acuerdo a un esquema, logra embridar el pasado en una red conceptual, clasificarlo todo en categorías fijas y proporcionar predicciones de futuro que tranquilizan o auguran apocalipsis. El suceso extraño, aleatorio, contingente, y que acaba siendo determinante en muchos casos queda arrinconado, despreciado, o convenientemente “explicado”. Pensemos hasta qué punto nuestra visión de la historia y el futuro viene condicionado por las ideologías. El politólogo es el economista de la historia, el que describe las causas de los acontecimientos una vez han ocurrido. Existe una anécdota cierta, días antes de la caída del Muro de Berlín los analistas de la CIA no sabían nada; incluso la misma caída del Muro fue un suceso inesperado: una rueda de prensa confusa del Ministro Portavoz que dijo lo que no quería decir, y un coronel de la VOPO que abrió por su cuenta y riesgo la valla ante la avalancha de gente, luego todo se precipitó. Se me dirá que eso bien pudo ser fortuito, pero que el derrumbe de los regímenes comunistas era inevitable, pero ¿estamos seguros de ello? ¿Qué pasa con Cuba y Corea? ¿Cuánto hubo de inevitabilidad y cuanto de aleatoriedad en aquellos años? Si fue tan inevitable, ¿por qué nadie lo predijo? Repito, no afirmo que no existan causas, sino que muchas de ellas no las podemos prever. Todos sabíamos que el islamismo era una amenaza, pero ¿quién imaginó que las Torres Gemelas fueran derribadas causando miles de muertos, trastocando la política internacional?

Si el politólogo es el economista de la historia, el político es el chamarilero. Aquel se esfuerza por explicar lo sucedido de acuerdo a esquemas elaborados y hasta cierto punto complejos; éste lo intenta mediante el estereotipo, la analogía burda y el prejuicio. El político siempre actúa por simplificación, proporciona una respuesta fácil y barata, todo tiene encaje y nada queda al albur, tiene la capacidad de controlar cualquier acontecimiento y nada escapa a su comprensión, otra cosa es que se le haga caso. Todos pudimos comprobar lo que digo en aquellos previsibles debates de la última campaña electoral. Pero sucede que la realidad es compleja, y sobre todo tozuda, a menudo cambios políticos importantes dependen de acontecimientos cuyo impacto puede ser incierto, ¿qué hubiera sido de Zapatero sin no se hubiera producido el atentado del 11-M, o si lo ocurrido en aquellos días hubiese sido distinto? ¿Y qué hubiera pasado con los nacionalismos si la gestión de aquella transición hubiera sido otra? ¿Cuánto hubo de contingente, de inesperado, en todo ello?

Lo que no conocemos acaba siendo más importante que lo que sabemos, hay que aprender a vivir con aquello que no controlamos, ni imaginamos, ni sabemos cómo prever. Nuestras previsiones siempre se quedarán cojas, inermes ante el porvenir, a no ser que nos blindemos con una ideología inexpugnable… y siempre cobarde. Como si de un derivado financiero de alto riesgo, el valor de lo aleatorio puede arruinarnos o enriquecernos, hay una oscuridad que no lograremos desvelar por elaboradas que sean nuestras teorías, y la salvación o el infierno puede estar a la vuelta de la esquina, o no, puede que a la vuelta de la esquina no haya nada. Sucederán cosas en los próximos años, unas serán previsibles, otras jamás hubiéramos imaginado que sucederían, fruto de circunstancias que ni si quiera teníamos en cuenta, determinarán lo porvenir, y evidentemente señalarán a los responsables, aquellos que no se imaginaban que pudiera pasar lo que pasó cuando hicieron lo que hicieron, o los que tentaron la suerte, como idiotas o como necios, jactándose de que conocían lo que iba a ocurrir y asumieron riesgos innecesarios,

Me preguntaba en la entrada “La Máquina” si nuestra situación actual era inevitable. Mi pesimismo natural me jugaba una mala pasada. No, no ha sido inevitable, se puede explicar y ha habido también mala suerte, lo cual no irresponsabiliza a los culpables, claro.

NOTA: Status Civitatis ha cambiado de aspecto. Le hacía falta. Me he tomado la libertad de hacerlo yo, manteniendo un tono sobrio, espero que sea del gusto del lector. La cita inicial, encabezaba la primera entrada de este blog allá por el mes de septiembre de 2006, la realizó qrm, y me ha parecido la más apropiada.

(Publica pirx AKA fermat)

4 comentarios:

QRM dijo...

Qué magnífico texto. Enhorabuena.
Suscribo todo lo que dices, y creo que es muy relevante el papel que las distintas filosofias otorgan a lo aleatorio. Yo coincido contigo: lo inesperado a veces es inevitable, otras no, pero desde luego es imprevisible y sólo la arrogancia de los progres permite reducir la historia y el presente a un sistema.
Por eso, sólo una ideología que abarque esa aleatoridad hasta en la propia esencia de la voluntad humana, que no trate de "educar" la libertad, sino de respetarla, es la que más se ajusta a la naturaleza humana, la más lógica y al mismo tiempo la más justa.
Me parece un verdadero hito en nuestro camino lo que hoy escribes, y procuraré difundirlo.
Espero que ludfranz lo lea, porque puede dar lugar a una bonita discusión.

El cambio de imagen, perfecto. Hemos ganado en sobriedad y al mismo tiempo el color es más suave, menos agresivo a la vista. Gracias.

pirx dijo...

El tema de la incertidumbre me apasiona, no lo voy a negar, he tenido que refrenarme para no extenderme demasiado (quizá lo amplíe en AA para no resultar pesado). Hay un aspecto capital en todo esto, y es darse cuenta de que lo realmente importante es aquello que no conocemos porque es lo que acaba determinando el futuro, puede parecer una obviedad lo que digo, pero en términos sociológicos y políticos hay mucha gente que parece no verlo claro. Esa parte velada siempre estará presente por mucho que nos esforcemos en entender el presente, es algo esencial al mundo, componente natural de cualquier sistema complejo, y los grupos humanos, lo son. El “experto” es capaz de explicar el pasado, en el mejor de los casos de manera incompleta, ante el futuro está en las mismas condiciones que nosotros, si es honesto lo reconocerá, a no ser que caiga en la realidad paralela que proporciona una ideología, en la mayoría de los casos sucede.

Otra cuestión que me gustaría dejar clara es que la incertidumbre, la aleatoriedad, no tiene por qué dar lugar a situaciones positivas o deseables, no existe ninguna providencia, ni ninguna “mano invisible”, como decía Smith, que termine por llevar todo a buen puerto. Lo impredecible nos lleva a donde nos lleva, sea bueno o malo, y con eso hay que vivir.

Una precisión a tu comentario qrm, entiendo que una ideología es un sistema cerrado, por eso me gusta hablar de una manera de pensar que incorpore la aleatoriedad más que de una “ideología” que la incorpore. Pero es tan sólo una cuestión de términos.
Saludos.

QRM dijo...

Acepto la precisión.
Lo que yo quería decir es que el liberalismo es, que yo sepa, la única cosmovisión que parte precisamente de la aleatoridad más radical, en la medida en que no entra a enjuiciar la legitimidad o calidad de las motivaciones que llevan al hombre a actuar en uso de su liberta.
El hombre es libre, es un hecho, y todo lo que atente contra la libertad es indeseable y a la postre, pernicioso.

pirx dijo...

De acuerdo con lo que dices. El liberalismo es hijo de un sano escepticismo y desconfianza ante las soluciones dogmáticas. Es algo que se ve con mayor claridad en la ciencia, las teorías son simplemente modelos, cuya fuerza reside precisamente en su capacidad para ponerlas a prueba y refutarlas. Sin embargo las personas tendemos a anclarnos en posiciones explicativas que proporcionan seguridad, siguiendo con la analogía es la diferencia que existe entre una teoría científica convencional y el psicoanálisis, por ejemplo. El suceso atípico, inesperado e impredecible en el pan de cada día de científicos, a veces logra modificar teorías, y otras veces las derrumba. Un modo de pensar semejante es lo diferencia al pensamiento liberal de otras posiciones, y no digamos ya de actitudes dogmáticas, aunque creo que a día de hoy no existen ya las posiciones dogmáticas (como el marxismo) sino simplemente prejuicios emocionales, bazofia intelectual, superstición en suma (siguiendo con la analogía científica)

A un nivel más filosófico, la incertidumbre es algo consustancial a la libertad individual, vivimos con ella, estoy de acuerdo contigo. Intentar embridarla en determinismos o categorías fijas e inamovibles, es simplemente inútil, cuando no liberticida. Decidimos y actuamos siguiendo un montón de circunstancias y parámetros; intentemos explicar las razones de alguna de nuestras decisiones, ¿hasta que punto daremos cuenta real de nuestros actos o seguimos alguna idea preconcebida a la que los adecuamos? Siempre me han hecho gracia los gurús de la informática que pretenden remedar una “Inteligencia Artificial” y hacerla pasar por comportamiento humano, antes tendrían que probar a reconstruir algún tipo de “Estupidez Artificial”, la mayoría no han leído a gente como Hume, y deberían hacerlo, te lo dice alguien que ha hablado con ellos de esto.

Un placer discutir de estos temas. Saludos.