"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"

A.Tocqueville, "La Democracia en América"

martes, febrero 10, 2009

AQUELARRES LINGÜISTICOS


Todo tiene un origen, hasta el más hipertrofiado monstruo tuvo su concepción. En este caso no hay que remontarse demasiado en el tiempo.

Mientras en Europa, y en sus hijos, los estados americanos, va abriéndose camino lentamente la noción moderna de “nación”, en la derrotada Alemania de las guerras napoleónicas el germen de una criatura monstruosa comienza a cobrar vida. Allí, en alemán, la bautizan con el nombre de Volksgeist.

Es adorada al comienzo por los románticos alemanes, que creen ver en ella la promesa de un nuevo renacimiento, pero cuando algunos lúcidos como Goethe abjuran de ella, ya es demasiado tarde, el germen se ha convertido en una criatura incontrolable que asola toda Europa.

Hacía pocos años que Johann G. Herder había dado forma erudita al regreso a la tribu. En 1784 escribe:

“El prejuicio es bueno en su tiempo, pues nos hace felices. Devuelve los pueblos a su centro, los vincula sólidamente a su origen los hace más florecientes de acuerdo con su carácter propio, más ardientes y por consiguiente también más felices en sus inclinaciones y sus objetivos. La nación más ignorante, la más repleta de prejuicios, es muchas veces, a este respecto, la primera”

La lengua se convierte en el vehículo con el cual regresar a la tribu primigenia, el nexo de unión con un pasado mítico, la gran madre que ve nacer a sus hijos a través del tiempo, y el cierre que protege de todo lo dañino.

Herder de nuevo:

“Sigamos nuestro propio camino… Dejemos que los hombres hablen bien o mal de nuestra nación, de nuestra literatura, de nuestra lengua: son nuestras, somos nosotros mismos, eso basta”

“Somos nosotros mismos, eso basta”. Ser uno mismo, recuperar la esencia perdida, una pureza mancillada, y quizá pisoteada, por el resto del mundo, replegarse en la propia particularidad… eso basta. Y no importan las críticas, lo que puedan decir el resto de los hombres, ellos no entienden, no saben… ellos no son de la tribu.

Esa “nación” de la que habla Herder no es, por supuesto, el concepto que quedó fijado por Siéyes en 1789, aquel al que se referían los vencedores de Valmy en 1792: el cuerpo de ciudadanos libres e iguales en derechos; sino ese magma primigenio que transciende el tiempo y los hombres, y en el cual todo adquiere sentido. Esa “nación” adquiere características divinas, teológicas, es el Volksgeist, el espíritu (o genio) del pueblo, la “raza” si se quiere, aquello que determina e identifica, el rasero merced al cual medir la “igualdad”. Los individuos ya no son iguales en derechos, sino iguales en tanto son parte de una colectividad que transciende el tiempo y la historia.

Naturalmente la lengua es el elemento identificativo de la colectividad, aquello que integra y excluye, lo que marca la diferencia y señala la frontera. Se ha de mantener pura y cristalina, se ha de “diferenciar” y permanecer incontaminada, pues contaminar a la lengua es mancillar a la “nación” (léase tribu) de la que es reflejo.

Evidentemente bajo este fondo metafísico elaborado desde principios del siglo XIX, late una precisa maquinaria de control político que reviste sus estructuras de esta mitología. El Estado se transforma en garante (cuando no en la misma emanación) de ese ser mítico, se identifica con él y acaba siendo incontestado. Es también el agente que uniformiza, homologa y homogeniza la sociedad; elimina los elementos discordantes, lima individualidades que no caben en esa colectividad, anula libertades individuales frente a las colectivas… Y tiene el campo libre para el pillaje y el poder absoluto.

Pero también es posible el camino inverso, organizaciones y estructuras con vocación omnímoda de poder pueden recurrir a la mitología del Volksgeist para justificar sus acciones, y así se inventan historias, lenguas, identidades nacionales y hechos diferenciales. Es la fácil apelación a los instintos básicos de la tribu, de cualquier tribu, real o ficticia.

La vuelta a los instintos reptilianos.

El nacionalismo es eso, mitología barata y poder desmesurado.

(Publica pirx AKA fermat)

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