"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"

A.Tocqueville, "La Democracia en América"

domingo, febrero 08, 2009

MUERTES DIGNAS

Dijo André Malraux en una ocasión que: “ante un hombre que tiene la firmeza de matarse no cabe otro sentimiento que el respeto”.

También le preguntaron, supongo que algún iletrado periodista, qué opinaba sobre el “derecho” al suicidio, Malraux, sorprendido ante semejante estupidez, respondió con desdén: “el suicidio no es ningún derecho, es una potestad”

El pasado viernes se decidió dejar de alimentar a Eluana Englaro por la sonda nasogástrica que la mantenía con vida desde 1992, su padre había declarado en repetidas ocasiones que la situación legal, y clínica, de su hija era de: “tortura inhumana”, y que con su decisión de apelar a los tribunales no hacía otra cosa que “respetar a la voluntad de su hija”.

No entraré en el caso de Eluana Englaro, que no conozco lo suficiente, ni mucho menos en los sentimientos de dolor de su padre, que apenas puedo imaginármelos; pero sí hablaré de las estupideces que, como siempre, se suelen decir en estos casos, y que a mí, como a Malraux, también sorprenden y cuesta no responder con desdén.

Como bien dice Malraux, ningún sistema legal, ni ningún código moral, es capaz invadir una esfera de la vida que solo al individuo compete, el suicidio no es ningún derecho, no es nada que un sistema legal pueda otorgarme ni autorizarme, es una potestad que solo a mi me incumbe, solo yo soy responsable, y sólo yo puedo hacer uso de ella.

Lo que causa más pavor en el suicidio, no es la muerte; la muerte es el límite, no es la vida, pero pertenece de forma inextricable a “mi vida”, y esa es la única posesión que nadie puede arrebatar. Lo verdaderamente terrible en el suicidio es el absoluto fracaso y la derrota que lo envuelve. El suicidio, hablo siempre del suicidio voluntario y consciente, aquel que no es fruto de alguna psicopatología, confronta al individuo con una soledad terminal, la decisión de llevarlo a cabo es el último acto libre que un individuo puede realizar, algo que de ninguna manera puede ser enajenado, pero su realización es la evidencia de un fracaso que destruye al propio individuo como agente autónomo, y que le priva, por tanto, de su más preciada posesión, su libertad.

Lo verdaderamente terrible del suicidio es saberse poseedor de esa certidumbre, y a pesar de todo llevarlo a cabo. Como bien dice Malraux, ante un hombre que tiene la firmeza de matarse, solo cabe el respeto… y el silencio.

Pero la pregunta que surge en casos como el de Eluana es la siguiente: ¿por qué se habla de suicidio cuando lo que está en juego es otra cosa? ¿Por qué confundimos suicidio con “eutanasia”?

“Eutanasia”, recurro al diccionario (RAE): en su segunda acepción aparece el significado etimológico: muerte sin sufrimiento, buena muerte. Sin embargo me interesa más la primera acepción: Acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él”.

No es por tanto suicidio. La eutanasia trataría en todo caso de aliviar una situación inevitable, acelerar la muerte evitando sufrimientos innecesarios al paciente. Evitar un dolor, el del paciente, en unos momentos en los que desarrollo natural de los acontecimientos no pueden llevar a otro lugar sino a la muerte.

La eutanasia implica evitar el encarnizamiento terapéutico, no mantener las funciones vitales de forma artificial y tratar de que el dolor físico se reduzca en la medida de lo posible. La eutanasia trata de mitigar el sufrimiento, el del paciente, en el último tramo de la vida.

En este sentido, la eutanasia no es suicidio, ni si quiera suicidio asistido.

¿Pero donde están los límites? ¿Quién decide?

Que existen límites es evidente que los hay, encarnizamiento terapéutico no es lo mismo que “desconectar a un paciente”, y desde luego, sufrimiento no es lo mismo que “estado vegetativo”. Es cierto que los límites son imprecisos, el margen en algunos casos puede ser ancho, y es de hecho lo que hace que la cuestión sea compleja. Lo que nos lleva a la cuestión capital, ¿quién decide?

La autentica aberración en estos casos es apropiarse de una potestad que solo al individuo compete. Nadie, ni un Estado, ni la familia, ni sacerdotes de hábito negro o bata blanca, tienen el más mínimo derecho a decidir una cuestión que está situada en la esfera más inviolable de la persona. Morir o vivir es una decisión que toma el individuo y solo él.

Hasta cuándo, cómo, y de qué manera, pertenecen a esa potestad de la que hablaba Malraux, y potestad, como indica su significado, implica dominio y no puede ser enajenada, apropiársela equivale a destruir a la propia persona.

Nadie puede imponer la muerte, ni decretar, desde la autoridad que le confiere una bata blanca, qué eso de una vida o una muerte “digna”; pero es igual de de perverso imponer la vida a quien no la desea, a quien ha decidido, voluntariamente y en pleno uso de sus facultades, decir “hasta aquí”. Me producen autentica náusea aquellos que desde pedestales burocráticos o púlpitos religiosos se abrogan potestades que no les pertenecen, roban y rapiñan como buitres lo único que el individuo no puede dejarse arrebatar sin dejar de ser: su vida, su muerte.

La auténtica tragedia del caso Eluana, al menos para quien lo vive desde fuera, es que nadie, ni su padre, ni los médicos y jueces que han tomado la decisión de dejar de alimentarla, ni tampoco aquellos que tratan desesperadamente de evitarlo; nadie sabrá cual es el autentico deseo de Eluana. A Eluana no le habrán arrebatado la vida, sino una potestad que solo a ella pertenece, y que quizá perdiera en su día en un accidente, pero quién puede asegurarlo.

(Publica pirx, AKA, fermat)

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