"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"

A.Tocqueville, "La Democracia en América"

jueves, febrero 12, 2009

LA HERRUMBRE (O EL MOHO)


No hay poder al que o le afecte la corrupción; ni organización corrupta que no aspire al poder.

Hace ya algún tiempo discutía con un amigo las distintas diferencias en lo tocante a la corrupción que se podían establecer entre los dos grandes partidos, PSOE y PP. Coincidíamos en las diferencias grado (hasta la fecha), y en las formas, el PSOE había sido más zafio, el PP más sibilino. Al final nos consolábamos con una triste constatación: la corrupción es como la herrumbre (o el moho), es algo que inevitablemente termina apareciendo, de alguna u otra forma. Lo único que el ciudadano logra exigir es que no se note, que no supere cierto margen, que no apeste.

Triste consuelo, es cierto, pero fiel reflejo de una realidad política que tiene su propia dinámica, ajena a cualquier tipo de consideración moral.

Hay muchas formas de robar, toda una pléyade de modos y recursos que florecen al abrigo del poder, o mejor dicho, que florecen junto al poder, porque no resultan de una desnaturalización del poder, sino que forman parte de su propia esencia. Lord Acton ya lo expresó de forma lapidaria y no menos cierta:

“Power tends to corrupt, and absolute power corrupts absolutely”

Es evidente que meter la mano en la caja, robar de manera impune, o crear un chiringuito financiero dentro de la administración no es lo mismo que traficar con el cargo, mercadear favores en forma de jugosas comisiones, o favorecer con el dedo mágico del concurso público a amigos y benefactores de partido. No, no es lo mismo, al primero le sobra zafiedad, al segundo caradura, pero también es cierto que su aroma, por poco que uno aplique la nariz y no se le embote el olfato con la fidelidad partidista, es el mismo: el tufo de la mierda.

En España dos son las vías por las que tradicionalmente desaguan las aguas sucias de la corrupción política:

En primer lugar está la financiación de los partidos políticos, verdaderas estructuras funcionariales (sin oposición) que consiguen financiarse gracias al fraude, el mercadeo de influencias y la condonación de préstamos a cambio de favores. Uno, ingenuamente, podría pensar que una angélica ley de partidos ha quedado desbordada por la voracidad de la clase política, pero yo, que ya no tengo edad para ser ingenuo, opino que esa voraz y acomodada clase política se dotó de una ley a medida, que consagra la corrupción y el trapicheo como único medio de supervivencia de una casta, que de otro modo, no tendría lugar donde vegetar.

El otro río de aguas fecales es la inevitable política del suelo, en manos de los ayuntamientos. Ser concejal de urbanismo ha sido, durante muchos años, el puesto más preciado de cualquier ayuntamiento. Desde tenues redes de corruptelas que enriquecen lenta, pero seguramente, hasta pelotazos marbellíes o malayos que pretenden, con espectacularidad, exorcizar el nauseabundo negocio que afecta a todo el espectro político; sin excepción, todo.

Torrenteras de agua sucia bajan por esos dos canales, y se unen a los ya tradicionales que afectan a las casta política en todo el mundo. Es la política.

Guiseppe Carlo Marino, uno de los más famosos estudiosos del fenómeno de la mafia, señala que el cambio más espectacular producido en la mafia ha sido su paulatina trasformación de organización delictiva, en red difusa que permea la política y las finanzas. Siempre existirá esa mafia de padrinos, delincuencia y terror, pero una nueva mafia se ha ido abriendo camino, y ha sustituido la temible “lupara” siciliana, por el cuello blanco, la poltrona y el negocio corrupto.

Corrupción y poder; poder y corrupción.

Cacerías de complicidades culpables, es cierto; pero también cambalacheos con aspirantes a pijos que exhiben su banalidad (y sus bigotes). Conviene no olvidar ni lo uno ni lo otro.

Herrumbre, moho.

3 comentarios:

QRM dijo...

Muy buenos tus últimos comentarios, amigo. Sin tiempo para felicitarte por ellos, nos sorprendes con nuevas entregas.
En este caso empiezo a sospechar que estamos más lejos en el camino de la argentinización de lo que nosotros mismos creemos; la demagogia ha sustituido a la política, la violencia a la ley y la corrupción ha sustituido a la religión. Todo o casi todo está pringado. Todos trampean, todos pretenden vivir del cuento.
Au revoir, para siempre, espíritu aristocrático y decente del pueblo español. Ya no existe. Somos un pueblo de mangantes, chulos y siervos, y lo peor es que nos gusta-

fermat dijo...

El dilema es responder si alguna vez la política llegó a ser algo distinto. Si nuestros mitos nunca dejaro de ser solamente eso, mitos.

Lo que sí rengo claro es que ya no le queda otra salida, todo cambio será a peor. Frente a eso la única alternativa será, me temo, la que cada uno pueda oponer a título individual. Puede ser desalentador, pero a mi simepre me han gustado las guerras privadas.

(Una nota. Suelo escribir, o mejor dicho, publicar a oleadas, me temo que ahora le ha tocado el turno a SC)

Anónimo dijo...

Pensaba que si este país no se convertía en otra Argentina peronista era gracias a que está al sur de los Pirineos, pero pegado a ellos.

Ahora me conformaría con acabar siendo la Argentina de acá. Vamos camino de la Venezuela chavista, sin petróleo.

Y el norte también se está perdiendo, otra vez.

Goo