"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"

A.Tocqueville, "La Democracia en América"

domingo, marzo 25, 2007

LA SOLEDAD DE JUAN JACOBO

Muchas veces se intenta desprestigiar a la izquierda con el argumento de que su ideología nihilista no se puede reducir a una escala de valores; que utilizan éste o aquel argumento según les convenga para alcanzar el poder, que es lo que realmente les interesa, y por lo tanto todos sus argumentos son esencialmente mentira. No hay que atender a ellos.
Realmente es así. Sin embargo, no por ello hay que descuidar la posibilidad de rebatir esos argumentos, o de llegar a las raíces profundas de una forma de pensar - aunque quizá sería más adecuado calificarla de manía- que aqueja a gran parte de la población occidental. Eso es lo que yo pretendo ahora.
Uno de los argumentos recurrentes de los fachirrojos, que muchas veces elevan a la categoría de origen de su cosmogonía, de punto de partida de su visión del mundo, es la consideración del hombre como bueno por naturaleza, frente a la derecha, que según ellos, ve en el hombre un lobo para el hombre. Es decir, que la izquierda es de Juan Jacobo y la derecha, Hobbesiana.
No por repetido deja de ser este mito el más falso y fácil de rebatir de toda la mentirología izquierdosa: pero vamos a ver, buen hombre pijiprogre, si tanto confía usted en la bondad del hombre, ¿a qué defender la intervención constante del Estado?
Es precisamente al revés. La izquierda desconfía del individuo, al que en el fondo considera codicioso, egoísta, agresivo, insolidario, inculto y en fin, equivocado en todas sus decisiones individuales, que contra toda lógica, vendrían perjudicar al bien común, concepto éste que sólo la izquierda conoce, pues le fue rebelado, como es bien sabido, en el camino de Damasco.
El por qué la izquierda tiene esa concepción del ser humano sería otro tema -quizá porque cree el ladrón que todos son de su condición-, pero es indudable desconfía de las personas, del individuo. No otro sentido tiene su incesante, agobiante y ofensiva pulsión por la intervención del Estado en todos los órdenes de nuestras vidas. Por eso hay que machacar a los fachirrojos cada vez que el argumento se ponga a huevo: ellos consideran al hombre malo, mientras nosotros lo consideramos libre - y capaz de optar en cada caso por el bien o por el mal, con independencia de las circunstancias, lo que demuestra bastante más respeto por el Hombre- y nadie cree (ni nosotros ni ellos) que sea bueno per se. Así pues, Rousseau está absolutamente sólo.
Lo que es paradójico es que teniendo al hombre por alimaña perniciosa se fíen del Estado para reprimir sus perjudiciales decisiones. El hombre es impuro pero el estado es inmaculado. Eso no sólo demuestra un desconocimiento cómico de la Historia -que si algo demuestra es que quién es digno de la mayor de las desconfianzas es el Estado- sino falta de lógica y en el fondo, la arrogancia de la inmadurez: falta de lógica, porque el estado no son más que otros hombres, de los que esta vez sí, el fachirrojo se fía; y arrogancia, porque en el fondo el naziprogre se fía del Estado porque lo identifica consigo mismo: todo niño mimado se cree mejor que el resto, y arrastra rencor hacia los demás -que no se sabe cómo demuestran ser iguales o mejores que Él-, y miedo a competir, precisamente por lo mismo. El estado es el instrumento para someter a los demás a sus caprichos.
Es decir, igual que en América se dice que no tienen buena prensa los impuestos que gravan las rentas altas porque todos aspiran alguna vez a ser ricos, la izquierda europea no teme a Estado porque toda ella aspira alguna vez a dominarlo, y entonces no quiere frenos: tienen un alma totalitaria que les delata. Por eso su odio a Montesquieu y a cualquier atisbo de separación de poderes. Su odio, en definitiva, a la libertad de los otros, ofensa al Stalin que esconden tras la gabardina.
Además, el mito de Juan Jacobo tropieza con el segundo mito por antonomasia de la izquierda: los actos humanos no son libres, sino que están condicionados por el entorno, por la superestructura económica: es decir, el hombre sería bueno por naturaleza, pero no tanto como para no corromperse por el mercado y el capitalismo, que lo convierten en malo. Endeble naturaleza y mentira supina, pues si algo está claro es que en general los terroristas -desde Ben Laden hasta los etarras- no lo son por circunstancias económicas precisamente, además de ser un insulto a los pobres que revela su enorme egolatría. Pobres sí, pero asesinos no. Esta egolatría alcanza su cenit en la visión multiculturalista y autoflagelante del mundo y la política internacional, que considera todo el mal como culpa de occidente. Fachirrojos, que no tenéis tanta influencia, hombre. Racistas, eso es lo que sois. No todo depende de los blancos. Los negros y amarillos piensan y toman sus decisiones igual que ustedes.
Yo creo que toda la mentirología izquierdosa es realmente un intento de volver al antiguo régimen, al de antes de 1776, pero sobre el odio. Odio y rencor que el MAL ha escondido tras apariencia de bondad: se puede odiar al capital porque los pobres sufrimos tanto...Se puede odiar a occidente, porque el Sur sufre tanto...en definitiva, PERMISO PARA ODIAR Y SEGUIR PARECIENDO BUENOS, es el ángel caído que intenta convencernos de que los caídos son los de arriba. Y la prueba de que el odio y el rencor es la esencia de su pensamiento, y lo demás meras caretas, está en que los más pijiprogres son de familia bien, que ni han sufrido las miserias del mercado ni saben de la miseria más que por lo que intuyen en las películas -malas- de los Bardem. Son pijos que intentan hacerse perdonar haciendo como que tienen mala conciencia.
Rencor con cara de ángel, esa es la fuerza, pero también la debilidad, de los fachirrojos, porque ya nos hemos dado cuenta de sus mentiras, y sin careta su rostro es insoportable para el humano corriente.
De ahí el histerismo de Polanco, la tristeza de Rubalcaba, las salidas de tono de ZP: saben que han perdido, que no sólo ya no son los buenos, sino que su odio ya ha trascendido. Se hunden.

2 comentarios:

fermat dijo...

Extraordinario QRM, nuestro común y viejo “amigo” Rousseau siempre da de si. Por cierto, sería interesante que alguien con conocimientos en psicopatología que leyese este blog diera su opinión al respecto, cualquiera que haya leído Las Confesiones alberga serias dudas en cuanto a la salud mental del ginebrino.

Lo cierto es que detrás de toda la filosofía de Rousseau, detrás de todo ese buenismo, el buen salvaje y la bondad intrínseca de los hombres; late, sin embargo, un profundo desprecio, a penas disimulado. El mito del buen salvaje no es más que eso, un mito tras el cual esconder el odio. Se entroniza un mundo edénico, imposible, como reacción furibunda a la cultura y la civilización. Rousseau siempre busca la niñez, ni si quiera la adolescencia, si no una niñez vacía, estúpida, incontaminada de cualquier cosa: resulta la materia ideal para modelar lo se le antoje a uno (me viene a la cabeza la composición de la guerrilla de los jmeres rojos en Camboya, formada fundamentalmente por adolescentes).
El hombre siempre está “in media res”, y decir que es en esencia bueno y lleno de buenas intenciones, remitirse a situaciones míticas que jamás se dieron, es, a parte de una estupidez y una cursilería, negar aquello que lo define como tal: la cultura.
Lamentablemente, está actitud, de forma más o menos explícita, está latente en la izquierda desde siempre, por motivos inconfesables, creo yo: el poder, tener la capacidad y la legitimidad para hacer y deshacer conciencias, tabula rasa, ingeniería social, un mundo nuevo y un hombre nuevo, el poder sangriento revestido de buenas intenciones, ¿nos suena verdad? Y para ello se cuenta con el Estado, el dios omnipotente, el gran educador. Se le adora, no por Estado, si no porque para la izquierda, la presente o la pasada, el Estado es la encarnación de una ideología, de otra forma no se considera legítimo. Esta idea latente en la izquierda, es la ha hecho que por ejemplo, nunca haya sabido, o querido, distinguir entre la esfera pública del individuo (aquella que le convierte en ciudadano), y la esfera privada, que resulta inviolable.

Creo que un liberal se distingue, a parte de otras cosas, por una lúcida desconfianza del hombre y del poder. Desconfianza que no es igual a desprecio. Una prevención ante lo que el hombre y sus instituciones son capaces de hacer. No buscar con hacer tabula rasa, si no encontrar aquellos mecanismos que nos defiendan de los abusos del poder, y asegurar, de forma irrenunciable, la esfera privada del individuo. Algo que jamás ha hecho la izquierda, más bien todo lo contrario. Más Maquiavelo y Hobbes, y menos Rousseau, es una buena receta para entender la política.

Saludos.

gilgamesh dijo...

Estimado Ludfranz, los liberales creemos que los hombres tienen derecho a equivocarse, incluso la mayoría de individuos. Tanto Hitler como Chavez llegaron al poder por elecciones más o menos libres.
Por eso, porque los hombres se equivocan, hay que limitar el papel y poder del estado, para que si algún loco llega al poder, el daño sea limitado.
un saludo