"La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros en los votos de una minoría interesada o temerosa, y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del hecho de la obediencia nacía para ellos el derecho de mando"

A.Tocqueville, "La Democracia en América"

jueves, marzo 22, 2007

PREGUNTAS

Entender que la situación política en España es un síntoma de algo más profundo no deja de ser, por más que aclare las cosas, menos desazonador. Tampoco lo es el hecho de que sea una variante de aspectos mas generales que afectan a las sociedades occidentales desde hace tiempo -¿desde cuándo?-. Aun dándome cuenta de ello, me asaltan más preguntas que respuestas, preguntas que intento responder, si no para poner remedio a una situación que lleva su propia inercia, sí al menos para depurar responsabilidades en tribunales más o menos privados.

Porque entender el cómo no implica entender el por qué.

Cómo y mediante qué caminos una sociedad se autoaniquila, no parece una pregunta difícil de responder a poco que uno observe las actitudes y posiciones de una buena parte de nuestra sociedad. Actitudes que difícilmente se pueden revestir de ideología tras la caída del muro y el derrumbe del socialismo real, porque en mi opinión, esta enfermedad degenerativa hunde sus raíces en el tiempo, en un siglo veinte desquiciado cuya brevedad sólo es comparable a la magnitud de los cambios. Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que una ideología dio cobertura a un sentimiento de destrucción que, de forma más o menos declarada, latía bajo ella. Era fácil, bastaba con aprender determinados códigos lingüísticos, creer en paraísos oníricos y, merced a ellos, optar por hacer tabula rasa, apartar todo aquello que impidiera su consecución. Acabar con todo lo viejo –por viejo- y adoptar valores nuevos. Si uno se envolvía en esa cobertura ideológica podía quedar a salvo de la crítica y auparse en pedestales de pretendida autoridad moral, bastaba para ello la retórica, y tener estómago, claro. Reflexionando sobre aquello, he llegado a la conclusión de que el derrumbe del socialismo real fue una tragedia sobre todo para la llamada izquierda moderada, aquella que gravitaba, “compungida por las injusticias”, en torno a los paraísos oníricos, sin mancharse las manos pero justificándolo todo porque siempre encontraba las causas.

Pero ya todo aquello acabó, y ya no queda nada. El rey está desnudo y ya no queda nada con que cubrirse, los harapos intelectuales con los que se cubre ahora la izquierda a penas tapan nada, queda lo que en todo momento estuvo debajo: el odio. O el autoodio, si se me permite la expresión, porque de eso se trata, del odio a uno mismo, a valores que creíamos irrenunciables, odio a la propia identidad, odio a la libertad… De manera que entendemos el cómo: entendemos cómo parte de la sociedad, española y occidental, no sólo renuncia a defender, si no que incluso ataca de manera deliberada aquello que nos define como tales: como españoles, como occidentales. Y no sólo eso, uno puede sentir incluso el odio que rezuman tales actitudes, la autentica saña con la que se atacan y persiguen, cada vez de forma más explícita, esos principios. De hecho, ya no existen paraísos a los que acudir, alternativas que ofrecer por absurdas que resulten, ya no queda nada, a parte de una pulsión autodestructora.

Tras un multiculturalismo estúpido, que iguala todas las culturas excepto aquella que lo hace posible; un antiamericanismo paranoico, trasunto de un antisemitismo que se disfraza utilizando fórmulas retóricas; tras la sustitución de lo racional por lo emocional, que ensalza como valores el miedo y la derrota; tras el pisoteo de la verdad objetiva y la realidad como objeto de conocimiento, y su sustitución por un relativismo conceptual o deconstrucción postmoderna; tras la fobia a hablar y defender conceptos o ideas que preceden –y sostienen- cualquier ordenamiento jurídico digno de ser apoyado… tras todo eso, existe una pulsión autodestructiva, una dinámica del autodesprecio que amenaza con extenderse, y que a falta de ideología, se revestirá con los oropeles de la modernidad (o postmodernidad) y la vanguardia, con el encanto del progreso social y la exquisitez de la corrección política.

Entendemos pues el cómo. Pero resulta difícil responder al por qué. Me acusan, y con razón, de hacer preguntas que quizá no tengan sentido, de dar demasiadas vueltas a las cosas. Pero aunque sólo sea por curiosidad, me gustaría entender por qué ha sucedido esto, qué causas han hecho posible este autoodio, cada vez menos disimulado, cada vez más evidente. Dónde tuvo el origen, qué acontecimientos lo desencadenaron y por qué persiste y se enseñorea.

Entre 1914 y 1945 algo se rompió, algo que quizá sea imposible de reconstruir, algo que terminó con Europa y que amenaza con corroer a la única parte del mudo libre que todavía tiene capacidad de reacción, algo a lo que quizá no se le dio demasiada importancia en su momento y que ha ido extendiéndose como un cáncer a lo largo del pasado siglo XX. Algo que se diagnosticó en estado de metástasis una mañana, de golpe, un once de Septiembre de 2001.

Demasiadas preguntas. Y pocas respuestas. Como siempre.

2 comentarios:

Ninguno dijo...

Aunque les sigo asiduamente desde el silencio y la reflexión, hoy me gustaría traerles a colación algo que seguramente les suene: eso que frecuentemente suele citar ése gran hombre que dio origen a este blog: "humanas actiones non ridere, non lugere neque detestari, sed intelligere". O sea: «no reírse, no lamentar, no detestar las acciones humanas; sólo entenderlas».

"En las afirmaciones de Spinoza se encuentran muchas respuestas", dijo Octavio. Ustedes saben, de entender se trata...

Un saludo a todos.

QRM dijo...

Magnífica entrada.
Algo se rompió, es cierto. Pero el renacimiento parece que se acerca. Una vez más, occidente resurge de sus cenizas. Y hasta en la podrida España, presa parecía que perdida a la demagogia más irracional, algo está cambiando.
La pujanza intelectual del liberalismo es signo de un nuevo vigor, y creedme, nadie lo hubiera pensado, y los fachirrojos menos que nadie. Hemos vencido en las almas y en las mentes, y venceremos aún más, pues herramientas como ésta, internet, hacen imparable la caída del orden antiguo, del antiguo régimen, del despotismo plebiscitario a que parecíamos uncidos.
Algo está cambiando, y nosotros somos los heraldos de ese algo, los mensajeros de esta revolución.


Hemos vencido.

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